(Franz Marc, "El molino encantado")
Aprovecho una breve pausa en mi viaje por Bilbao y Portugal para ofreceros la reseña de El fósforo astillado de Juan Andrés García Román, recién publicada en Pata de Gallo. Ni los más inefables ladrones de poesía han podido evitar que leyera este libro que recomiendo a quienes no lo conozcáis, esperando que lo disfrutéis tanto como yo.
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En su cuestionamiento del concepto occidental de saber, Georges Bataille formuló la risa como una experiencia transgresora, una ruptura momentánea de la aparente estabilidad del mundo, una irrupción de lo imprevisible y lo desconocido: “la conciencia de la escasez de estabilidad, incluso de la profunda falta de toda verdadera estabilidad, libera los encantos de la risa”. Mucho antes, Nietzsche describía la risa de Zaratustra como “una tienda multicolor extendida sobre nosotros”, que permite conocer “nuevas estrellas, nuevas magnificencias nocturnas”.
El insólito humor que despliega J. A. García Román a lo largo de “El fósforo astillado” tiene algo de ese potencial creativo y subversivo. Estamos ante un libro de poemas que posee la difícil cualidad de hacer reír; esa risa surge a veces como respuesta al absurdo, pero también ante esa conciencia de inestabilidad de la que hablaba Bataille. Pues en el juego de máscaras que propone el poeta, todo es inestable: el autor se esconde detrás de unos personajes, que a su vez son actores que están representando no una obra, sino el “ensayo general” de esa obra. Máxima precariedad de los significantes: realidad y representación se tornan indiscernibles, se solapan, se alternan, se contradicen. Asimismo hay una total falta de fe en las palabras (“el lenguaje se necrosa como el coral”), y el único verdadero poema es el poema soñado –una de las ideas más persistentes del texto-. Y sin embargo, hay una insistencia en alcanzar lo real, puesto que el amor entre soprano y tenor existe, y en esa insistencia reside un punto de fuga que dota a esta historia de un inesperado agón: “El trozo de coral se ha puesto gris, ha muerto. / Pero tú eres real. Tú eres real”.
Toda esta compleja cuestión de la representación –no en vano el poemario se abre con sendas citas de Ingeborg Bachmann y David Lynch, dos autores que en sus respectivos medios han abordado ese problema–, podría quedarse en una ardua disquisición intelectual, si el lenguaje poético no estuviera a la altura. Pero estilísticamente García Román ha dado un salto imprevisible para los que conocíamos sus anteriores trabajos. Es difícil seleccionar unos pocos ejemplos en un libro plagado de imágenes y parlamentos sorprendentes, herederos del surrealismo tanto literario como pictórico: “Los sueños son nuestra vida contada a los oídos de los peces”, “La radiografía mostró la bala alojada como un niño, como una larva (…). También mostró las vértebras: cubiletes para narcisos”, o “El braille es como una erupción. Tanto exceso de lenguaje”. A esta atmósfera delirante contribuyen los pequeños textos que suelen acompañar a los poemas, pertenecientes a un “cuaderno del apuntador” de esta ópera, que oscilan entre el microrrelato, la greguería y el chiste deliciosamente blasfemo: “La jirafa se acercó a la cruz, se hizo paso entre los banderilleros, picadores y utilleres allí reunidos y lamió el rostro de Jesucristo. No en vano, para ese fin, con motivo de ese momento culmen, le había crecido el cuello durante milenios y milenios”.
Esta enunciación polifónica, que usa de manera casi continua el anticlímax, el metalenguaje, la intertextualidad, la acotación y la autorreferencia (“¿recuerdas a la mosca de la segunda estrofa del poema?”), supone un alejamiento tan radical de la doxa poética habitual que es inevitable caer en el exceso y la irregularidad, en ciertos momentos. Pero también nos depara una lectura llena de destellos inesperados, donde cabe destacar “Ser tú” como uno de los poemas de amor más originales de la lírica reciente, con una asombrosa mezcla de ternura y comicidad, y también podemos encontrar reflexiones no exentas de calado: “Cerca del capitalismo-supernova el tiempo es relativo / y la historia, un museo”. Con “El fósforo astillado”, Juan Andrés García Román ha creado un poemario excepcional, cuyo pequeño mundo amenaza continuamente con desbordar las páginas del libro e impregnar la realidad con su lenguaje al mismo tiempo hilarante y trágico, lúcido e imaginativo.
8 comentarios:
Una reseña que no describe ni cuenta el texto, ni se regodea con incomprensibles figuras de la retórica. Una reseña que intercala oportunamente fragmentos del texto para ilustrar lo dicho (y no como "relleno" innecesario), que lo posiciona en el conjunto de la la obra del autor, que traza conexiones y que se lee como una pieza de escritura en sí misma. ¡Una reseña corta, que se entiende y hace sentido! ¿Qué mas te podemos pedir, Rubén? Que disfrutes tu viaje. La jirafa es mi animal preferido, así que me alegra tener pistas de por qué le crecido tanto, tanto el cuello. Besos de cuello largo.
Una reseña muy inteligente sobre un libro lleno de inteligencia...
Juan Andrés es un tipo muy especial. Un ser que siente mucho, desmasiado quizás. Y todo ese sentimiento, que duele, le hace ser como es, y escribir como escribe. El fósforo astillado es un viaje muy peculiar casi a través de los ojos de niño. Un poemario lleno de imágenes infantiles y de teoría. A mí me entusiasmó, y me entusiasmó Juan Andrés, tan difícil ser.
Magnífica la reseña. Quiero iluminarme con ese fósforo con urgencia. Lo que destilas de él, también los ejemplos que has seleccionado con habilidad, me atrae poderosamente.
Recordaré tu recomendación, como si de una mosca en la segunda estrofa se tratara. Gracias!
Un abrazo
Chicos y chicas, me alegro de que os haya gustado la reseña y que, para quien no lo hayáis leído, haya sido un modo de encaminar vuestra atención hacia el libro. Creo que como dice Stalker es un libro insular, original y sobre todo lleno de sorpresas.
A disfrutar
Chico querido, intensas y bellas experiencas bilbaínas (con tus ojos lo serán).
Muy intensas y bellas, sí, aunque haya sido un viaje algo caótico...
Un beso, encantadora.
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