jueves, 20 de junio de 2013

mirada, núcleo, fuego





Y a ellos, los humanos, los pierde su cobardía ante la orfandad. Les pierde la falta de discriminación entre su ser político (y su legitima necesidad de una moral reguladora) y aquel miedo a saberse ellos mismos condensaciones de la energía universal, miedo a ese instante en que pudiera ocurrir que tuviesen que responder con todo lo que son. Su miedo a ver. Un miedo que les ciega.






 
La mirada se derrama. Como el agua. Y pasa, siempre pasa. Acarrea materiales, adquiere la tonalidad de los minerales; éstos alteran su sabor, pero no su naturaleza.


 





No hay mirada que no modifique el campo del mirar.







Hay un mirar que da, y otro mirar que quita. El mirar que da es aquel que no sólo contempla lo que hacemos, sino que también se ocupa del objeto de esa acción. Es un mirar que aumenta la pulsión del gesto y lo acompaña. En cambio, el mirar que quita es el mirar crítico, aquel que cuando se dirige hacia nosotros nos despoja de la energía que nos hace ser lo que somos. Disminuimos. Se hace fuerte el que mira y nos somete. Sufrimos entonces algo parecido a un desahucio. El cuerpo queda como una cáscara, vaciado el dentro, abducido por la mirada ajena. Si el núcleo no es resistente nos sentimos “perdidos”.






   

¿Qué es lo que de mí puede ser herido por las miradas? Aquello, vulnerable, que no pertenece al núcleo, aquello que pertenece al mí. El mí es lo inestable que recubre el núcleo. Materia de intercambio. De fusión a veces (en el amor). El núcleo está a salvo. Las heridas son agujeros en las capas intermedias, desgarros en la superficie, mordeduras, absorción. Intercambios, al fín y al cabo.







 
Dar, antes de exponerse a la absorción: evitar la violencia de aquel que necesita reforzar sus murallas, las capas múltiples que protegen su núcleo como la grasa el hueso al que recubre y el hueso al tuétano.




 
Loa sentimientos: enlaces, hilos que forman red, relaciones entre nudos: universo. Los sentimientos afianzan el , lo confirman frente a otro. Despojada de los múltiples colores, sólo queda el brillo. La luz informe en la que nada puede verse porque nada hay que pueda verse: sin forma, no hay ningún algo, ningún , ningún otro, nada. Sin sentimientos, la energía es pura neutralidad.




 

No estoy lista aún para que recuperes del todo la visión. ¿No ves cuánta confusión anida todavía en mi pecho, que me hace confundir, como por necesidad, el objeto al que la llama se dirige con el propio fuego? Ellos son excusas para arder, son el reto de las brasas, la madera para la pira. Ellos -esos otros, esos seres a los que amamos con ese amor que es deseo- son el señuelo. El fuego que no puede arder consume su propio lecho. No confundamos el fuego con el combustible.


 



¿Qué es un sonido? Conocer un sonido... No se conoce un sonido tan solo oyéndolo. Conocer un sonido es experimentarlo más allá de la materia expresada en la sonoridad, es ver lo que construye, experimentar en el cuerpo el impacto de la forma sonora.






Porosa. La membrana del núcleo es porosa. ¡Tan sólida, no obstante, en su porosidad!

Requerimos la expresión, y la expresión se queda dentro. No puedo decir, y aunque pudiese, no dicen las palabras lo que quiero decir. Releídas, me sueñan a tópicos condescendientes, trascendentes, falsamente místicos. Y no es eso. 

Es hora de crear nuevos símbolos. Es hora, también, de largos silencios, de interiorización, de prudencia. Estar atento y formular la pregunta.










(textos: Chantal Maillard, Diarios indios, Pre-Textos, 2005)



(imágenes: Russell Mills)