jueves, 10 de septiembre de 2020

ensayos y supervivencias: una entrevista a Jorie Graham (parte I)

 


(El 28 de septiembre llega a las librerías, al fin, la edición bilingüe de Deprisa / Fast, el último libro de Jorie Graham hasta la fecha, en versión de Antonio F. Rodríguez y un servidor. Me interesaba rescatar  y traducir esta entrevista de Susan Howe a la autora, para la web PRAC CRIT, en enero de 2017)






Susan Howe: “Quién es este que habla ahora”, se pregunta un poema de Deprisa, pero con una curiosa monotonía, no muy humana: una afirmación donde cabría esperar un signo de interrogación. En otros poemas habitan las voces —¿podríamos decir las conciencias?— de entidades no humanas, desde un bot de conversación hasta el fondo marino profundo. En 'Criónica', el 'yo' relata su “salto desde un tipo de ser, un tipo de ser / inmaterial a otro. Una posible subjetividad extraña”, como si siguiera hablando desde un espacio más allá de la vida humana. ¿Cómo llegaste a la voz del poema, a su tejido de voces?

Jorie Graham: Bueno, en primer lugar, a lo largo de sus cinco años, Deprisa fue un libro emocionante pero increíblemente difícil de escribir, un libro que parecía terminar muchas veces. No dejaba de pensar que no podía seguir con él. Hubo largos tramos de silencio entre los poemas. Así que mientras trabajaba en él sentía que me venía abajo, y volvía a pensar que lo tenía que desechar todo. Pero cuando el libro al fin comenzó a ensamblarse, no fue como cualquier experiencia anterior. Fue como un fantasma que emergía. De repente se fusionó y se irguió ante mí. Y 'Criónica' fue el último poema escrito para este libro, así que reunía todas las otras voces que el poemario había intentado sondear e incorporar a su paso. Esto no era algo que me propusiera conscientemente, en un principio (además el libro explora muchos otros aspectos de la vida), pero sí, a lo largo de estos años me vi cada vez más obligada —invitada, forzada, éticamente tentada— a tratar de encontrar un camino hacia las voces que podrían llamarse "no humanas", como indicas… o voces que intentaron acercarse, aproximarse, a tal estado. No quiero limitar la experiencia del libro a este único aspecto, pero sí, incluye este intento, esta práctica. Yo no podía huir de ese imperativo. Seguía reafirmándose a sí mismo.

SH: ¿Qué fue lo que te llevó hasta ese punto?

JG: Muchas cosas. Mi experiencia con algunos aspectos de la inteligencia artificial. Mi cada vez más desesperada conciencia de mí misma como miembro de una especie —una especie profundamente responsable de la extinción de otras especies. La extinción —cómo afrontar eso. Mi enfermedad y la sensación de un yo artificial construido poco a poco por mis ángeles de la guarda, a menudo no humanos. El cuerpo de mi padre pasando de vivir a no vivir... Mi sensación cada vez más enrarecida de mi "individualidad singular", a medida que me sucedían cosas profundamente singulares —mis diagnósticos y tratamientos, la muerte de mi padre, la enfermedad de mi madre, a su vez sobrepasados por enfermedades de dimensión mucho mayor: cultural, animal, planetaria. Son hechos inconmensurables, no pueden ser pensados a la vez. Y sin embargo, debe hacerse así. Para que todas las emociones humanas 'normales' estén desconcertadas. ¿Qué es la culpa personal? ¿Qué es el luto, en estas condiciones? ¿Cómo de peligroso es el deseo? ¿Tiene una siquiera derecho a (o espacio para) la felicidad, el amor, la ensoñación que hace sentir la maravilla de estar viva? Este colibrí de repente ahora flotando sobre mi flor —asombroso—, que interrumpe mi lectura de los nuevos informes sobre el genocidio en Siria, ¿puedo dejar que entre en mi corazón, o no? Y además, por supuesto, también está en peligro. Nos sobrepasa a todos, es físicamente doloroso. Todo se convierte en un conjunto vertiginoso de causas y consecuencias superpuestas, hasta que no hay un lugar desde el cual entender, organizar prioridades emocionales, espirituales, incluso políticas. Una está dentro de un punto ciego. La trama argumental explota. El sentido del tiempo explota. La pregunta de Tolstoi, ¿Qué vamos a hacer?, explota: se vuelve insustancial al mismo tiempo que paraliza a uno con su urgencia. 

SH: Dada esa parálisis moral, ¿cómo puede actuar uno?

JG: Es una pregunta difícil. Porque también es una parálisis emocional. Pero, más que nunca, la confrontación con la poesía, el encuentro con un tema —el acto de la poesía—, me llevan a la cuestión de cómo he vivido mi vida. A una crisis de rendición de cuentas... Así que ahora, cada vez más, se trata de usar la poesía para tratar de encontrar una manera de mantener las proporciones correctas, de no sentirse superados por el dolor, el horror, el miedo, la vergüenza, la rabia; para usar este precioso medio, confío en no perder la orientación y encontrar al menos un modo de hacer las preguntas correctas, un modo de mantener “la realidad y la justicia en un solo pensamiento", como Yeats me advirtió que hiciera cuando era una joven poeta. Y no perder la capacidad de experimentar la belleza (...).
Nuestros enemigos son despreciablemente pequeños, pero sus acciones ahora son capaces de destruir la Tierra, no sólo la civilización. Así que, como todo poeta que escribe hoy, lo que les pido a mis herramientas poéticas es ahora más urgente que nunca, lo que pido a la página en blanco. No sólo urgente, sino desconcertante. Nunca he escrito tan despacio: cada poema un intento tanto de comprender como de volver a entrar en la corriente de la existencia con algo de comprensión de lo que será suficiente, lo que me permitirá continuar como si hubiera un propósito, y tratar de entender para qué sirve la poesía en estas condiciones. Cada poeta decidirá esto por sí mismo en esta renovada emergencia; y estoy de acuerdo con aquellos poetas -y los entiendo- que sienten que el medio debe ser convertido en activismo. Pero entonces escucho, siempre, demasiado fácilmente llegamos a creer que la belleza no salva... Me siento más bendecida que nunca por tener este medio. Tengo mucho que aprender sobre la vida, y sobre mi arte... 






SH: ¿Qué puede hacer la poesía?

JG: Bueno, por ejemplo, puede representar y, al hacerlo, cuestionar, la relación de la emoción individual para acumular la emoción. La voz poética (voz humana personal) y la voz meditativa (interioridad, subjetividad) se enfrentan a la 'voz' de lo más-que-humano, de la otredad no humana. Lo no-humano nos habla de muchas formas. El cambio climático es sólo una de las formas en que nos está 'hablando'. Ciertas tecnologías 'oscuras', es otra. Las extinciones masivas de animales y los movimientos masivos de refugiados. Las adicciones a nivel global, al porno, los opiáceos, el snuff, ISIS. Todas estas son fuerzas que se mueven hacia nosotros, a través de nosotros, tratando de hablar.

SH: ¿Puedes hablarme más sobre esas fuerzas?

JG: Este es un gran esfuerzo y siento que acabo de empezar a entrar en su terreno, imaginativamente, de manera que no quiero formulármelo con demasiada claridad, en esta coyuntura. No soy la única, ni la mejor lectora de mi propia obra, y mucho menos de mi nueva obra, y no quiero simplificarla en exceso. Pero hay tantas epidemias humanas ocasionadas por la confusión moral, el pánico, la sensación de que la aguja de la brújula ha desaparecido, que los demasiado numerosos humanos de este planeta experimentan mientras intuyen tanto la escasez extrema como la aceleración incontrolable hacia una especie de “fin de los tiempos". No estoy utilizando este término en su contexto religioso, aunque "el éxtasis" y todas las demás narrativas del fin de los tiempos (incluyendo, según los escépticos, escenarios nucleares o de cambio climático y 'la Singularidad') son de hecho modos con los que algunos intentan establecer una conversación con lo no-humano, lo atemporal. La pregunta verdaderamente urgente, en mi opinión, se refiere a cuán individuales somos, o seguimos siendo, o debemos seguir siendo, en relación con nuestro problema comunitario: nuestra creación comunitaria de esta pesadilla. No hay donde escapar de ella. Estamos interrelacionados, de maneras mucho menos bellas o espiritualmente avanzadas de lo que habíamos imaginado. Esta pregunta apuntala cualquier otra pregunta. Ecológica, económica, tecnológicamente.

SH: Me has hablado antes sobre ese concepto de 'la Singularidad', o 'singularidad tecnológica', con el que no me había topado pese a mis frecuentes acercamientos a la ciencia ficción. Debatido entre académicos y futuristas, teoriza cómo la llegada de una superinteligencia artificial podría provocar un crecimiento tecnológico desbocado, cambiando la sociedad humana hasta lo irreconocible. ¿Hasta qué punto esa visión (utópica o distópica, dependiendo del punto de vista) conforma Deprisa?

JG: No es algo en lo que piense mucho, salvo en la medida en que a diferencia de aquellos que celebran su incipiente llegada me obsesiona la sensación de que no teníamos que continuar por este camino, que no lo elegimos, que las fuerzas dentro de nosotros y sin nosotros habrían podido ser analizadas, dirigidas a otro lugar y de manera diferente. Que esta es la locura de un enjambre, de sobrepoblación y de herramientas entregadas a unos pocos, que les permiten destruir lo que queda de la vida humana, mientras permiten y se benefician de la destrucción de la tierra y sus criaturas.

SH: ¿Puedes hablarnos un poco más de ese “camino” que hemos elegido los humanos, tal como lo entiendes?

JG: Quiero decir que no siento que este sea nuestro destino inevitable. Dicho progreso es una ficción y una adicción como muchas otras adicciones. Pero la droga se distribuyó tan bellamente. ¿Cuál fue el primer traficante? ¿La Ilustración? ¿Qué tecnología, qué invención, 'descubrimiento' o 'exploración'? ¿Qué moneda? ¿La agricultura, la computación? ¿La imaginación del futuro que estableció la agricultura se despierta inevitablemente y se pone en marcha? ¿Dónde situar el momento de nuestro giro irrevocable? Es una serie excesiva de preguntas, por supuesto: todo está interrelacionado y en cada caso la mayor parte de las evoluciones parecían 'inevitables'. Las descripciones del advenimiento de la agricultura parecen gritar: "deteneos ahora", pero cada desarrollo tecnológico abarca las suficientes generaciones como para establecer su sistema de creencias, de modo que el recuerdo de un camino anterior, o alternativo, se borra. El tiempo de dos vidas, y la memoria se borra. Lo nuevo es la nueva normalidad. El alma se reinicia. El cuerpo evoluciona. Cabe preguntarse si uno no está absolutamente convencido de que las nuevas tecnologías predicen un brillante progreso cómo hemos podido perder tan ciegamente el control, en relación con nosotros mismos y nuestros compañeros animales, desde los recursos hasta la población. Porque también, en el proceso, hemos hecho que nuestra propia especie empiece a desquiciarse.

SH: Cuéntame: ¿qué relación tiene ‘Criónica’ un poema que comienza con el intento fallido de “escuchar a la naturaleza”— con todo esto? ¿Cómo surgió el poema?

JG: Bueno, cuando escribo estoy inmersa en estas corrientes, escribiendo tal vez desde ellas, pero no pensando en ellas. De ningún modo. Permíteme decirlo así: antes de que existiera, sabía que faltaba un poema para terminar para el libro. No era más que un sentimiento, en verdad. Al haberlo sentido con casi todos mis libros, a lo largo de los años, lo reconozco. Es una orden tácita de mantener la vista lejos del libro, tratando de mantenerte en un punto ciego.





SH: ¿Puedes decir más sobre ese proceso, esa necesidad de no saberlo?

JG: Tú no quieres escribir un poema 'para el libro'. No quieres algo que 'encaje'. No es una estrategia de cierre. Es solo... que hay algo que aún no ha sucedido, o hay algo que aún no he experimentado. Ceguera y capacidad negativa. Así que por definición, en términos de volumen de 'voz' y agenciamiento, es un ‘yo’ muy reducido el que está tratando de encontrar el poema. Intento desaparecer del acto de sondear en su busca. Es lo opuesto a, digamos, un poema como 'Leyendo para mi padre' o cualquiera de las elegías del libro. Comienza en un sentimiento que no tiene causa aparente ni tema. O la causa es solo una inquietud. Una incipiencia. Como esperar a que venga alguien, sin haber invitado a nadie ni presuponer su llegada. Es mejor que ni siquiera estés ahí. Pero estás. Y se acerca el fin. El fin de algo que viviste. El fin de una vida. El fin del mundo tal como lo conoces. El fin de lo que creías que era cierto, de lo que creías que se 'mantendría' o seguiría siendo cierto. Ojalá tuviéramos una palabra para esta cualidad de tocar el fin. No es un estado evidente, y sin embargo no puede ser más evidente. Uno siente la necesidad urgente de salirse totalmente del cuadro. Así que es una situación interesante a partir de la cual escribir un poema. Y en un libro donde, como bien describes, la búsqueda de puntos de vista desde los que hablar (o registrar) incluye todas las posiciones 'no humanas' a las que logré acceder, es un buen lugar desde el cual sentirse obligado a escribir. Una vez que lo comencé, el poema se desplazó de inmediato hacia incursiones incómodas: este deseo de seguir siendo sin tener que ser. Vivir como un perceptor sin capacidad de actuar, sin responsabilidad. El deseo de saltarse la historia, sea la actual o la inminente. Éticamente, golpeó uno de los límites externos del libro. Me quedé bastante asombrada cuando apareció Juliana de Norwich...

SH: Me alegro de que menciones a Juliana: su presencia es otra de las voces fantasmales que ‘Criónica’ incorpora, aunque se distingue en el texto por su ortografía arcaica. Juliana fue una anacoreta y mística del siglo XIV. Las visiones que registró en sus Revelaciones del Amor Divino le llegaron en un período de enfermedad grave (no puedo evitar pensar en tu reciente enfermedad), cuando vio el cuerpo roto y sangrante de Cristo aparecer al pie de su lecho de enferma: “secóse de afliçión i ausenzia de sangre desde’l ynterior→ por el viento i el frío desde’l exterior→ unydos en el dulce cuerpo→ trémulo→ de Christo → de→”.¿Qué ocurrió con las palabras de Juliana para que este poema la convocara?

JG: Realmente no puedo decirlo. O no quiero trivializar la magia del suceso. De repente escuché su voz en mi cabeza y supe que había entrado en escena. La relación de la materialidad mortal con la inmaterialidad, en su experiencia de qué es la vida 'vivida', qué es la vida 'eterna' y qué es la vida 'posterior'… bien, eso podría tener sentido. Pero como dije, apareció como una extraña, y entró. ¿No te pasa eso en los poemas?

SH: ¡Desde luego! Todo el tiempo, de hecho. Deprisa es un libro muy preocupado por la muerte, o más bien por el acto de morir, una distinción que Wittgenstein señaló cuando dijo que 'la muerte no es un acontecimiento en la vida', sino que siempre está más allá de sus bordes: "Nuestra vida no tiene fin, de igual la forma que nuestro campo visual no tiene límites". Parte del trabajo de este libro, me parece, es el intento de proyectarte en ese momento imposible de experiencia. Si no es demasiado doloroso, ¿podrías decir algo sobre los acontecimientos —la muerte de tu padre, la enfermedad de tu madre, tu propio diagnóstico de cáncer— que te llevaron a escribir este libro?

JG: Como aprendí observando a mi padre, tan de cerca, la muerte tiene etapas casi infinitas. Por así decirlo, traté de ser tan consciente como sin duda lo era su perro de todas las gradaciones del aferramiento a la vida, y luego toda la confusión, a veces con sobresaltos, a veces deslizándose hacia el abandono. Fue impactante. Podría mirar a papá y al Antropoceno como si fueran el mismo mapa de destrozos y negaciones y disoluciones y codicias. Eso afectó la experiencia de escribir el libro, aunque también mucho de lo que sucedió a nivel cultural, político. Las revelaciones de Snowden. El movimiento del reloj del Juicio Final. El increíble estrechamiento de la "ventana" del cambio climático. El sobrepaso de 350 partes por millón de CO2. Las imágenes que el ISIS me obligó a soportar. La crisis de los refugiados en la UE, en Lampedusa, Sicilia, en la primera línea del desastre de los refugiados. Sentí que estaba obligada a ver al aviador jordano quemarse vivo en su jaula del ISIS. No podía soportarlo, pero pensé: quién soy yo para no ser testigo de su sufrimiento. Los bebés sacados del Mediterráneo, amigos en Francia llenos de rabia y predispuestos para Le Pen, predispuestos a odiar a todo el mundo... Este es el mundo del que surgen los poemas. Los poemas no son 'sobre' esto o aquello, salvo muy de cuando en cuando.

SH: La muerte parece planear sobre el libro de muchas formas, en muchas escalas…

JG: Sí, la muerte, y la muerte del ser humano —la deseada "muerte del ser humano dentro de nosotros"— y tal vez 'la muerte del individuo' en nosotros… ¿o es 'el rechazo a ser individuo'? (un tema largo...). Junto con la gregaria sensación de anonimato, y el deseo de anonimatos cada vez más accesibles a los humanos mediante la tecnología (una ilusión fascinante porque, por supuesto, estamos siendo totalmente 'leídos' sin que nos lean de verdad ). ¿Cómo de encriptados podemos estar? Miro a esa palabra y me quedo asombrada: queremos ser enterrados. Una faceta de esa pulsión de muerte del individuo (también pornográfica) se evidencia, por ejemplo, en el reclutamiento de ISIS. La destrucción de Palmira, las decapitaciones, la desintegración del niño en el niño soldado (como evidencia el comercio mundial de porno infantil, así como el cada vez más frecuente porno para niños), todo ello promulga un deseo de matar al ser humano que hay dentro de uno. Sentirse conectado con el pasado, por ejemplo, es una gran manera de sentirse 'humano'. Por lo tanto, ser "post-histórico" y ser "post-humano" y "post-natural" están interconectados. El odio y la destrucción de la infancia o la inocencia es un tema esencial. Para aquellos que ven un mundo ciborg por delante, acabar con el asombro es tan importante como acabar con la empatía. El ser humano es difícil de erradicar, pero debo asumir que es posible hacerlo.





SH: Has mencionado sentirse conectado al pasado, o a la memoria, como posible antídoto.

JG: Bueno, al tratar de entender una rabia como la que vimos en los ataques contra Palmira, intenté reflexionar sobre esto... La sensación del pasado profundo es muy diferente de la sensación del pasado personal. Se remonta a la lucha entre el ser individual y el comunitario. La memoria comunitaria es una fuerza poderosa —con poder ético— que nos liga a nuestra humanidad. Era obvio que sería una de las primeras cosas sometidas a ataque. También es uno de los manantiales de la poesía, y nuestro largo alcance dentro de ella para mantenerlo despierto es una de nuestras principales tareas. Pero esto casi me sobrepasa. Espero que el libro lo toque, sea lo suficientemente complejo al respecto. Miro muchas de estas actividades —desde la geopolítica hasta la política que afecta a la misma propiedad del propio cuerpo— como posibles actos de preparación para un futuro en el que ser "humano" (emocionalmente) será un lastre. Una pre-robotización de uno mismo. Hay importantes estudios neurológicos sobre lo que la virtualización del mundo está haciendo a nuestras mentes. La empatía, que se ve reducida o eliminada, es la mayor víctima en el caso de los niños.

SH: ¿Sientes que es una época difícil para escribir?

JG: A menudo les digo a los jóvenes poetas que "no, esto es un privilegio, tenemos un trabajo muy importante que hacer". Estamos en un momento histórico donde una nueva tecnología pasa página por nosotros. Hay numerosos momentos de este tipo en la historia, pero no muchas generaciones llegan a vivir y escribir en el 'paso' real, en el músculo del mismo, como en la invención de la pólvora o la imprenta, o el descubrimiento de la penicilina, o la fisión y la caída de la bomba... Ahora he estado escribiendo a través de otras formas de tiempo. Y, como has mencionado, junto a estos cambios tecnológicos y culturales y ecológicos (que ya he tenido en cuenta en mi obra durante algún tiempo) he experimentado a nivel personal, como todo el mundo en algún momento, un encuentro cara a cara con la desaparición: en mi diagnóstico, en la pérdida de mi padre y el de muchos amigos cercanos. Así que sí, eso también. A grandes rasgos lo que uno siente en la proximidad de la muerte, o lo que sentí al observar a mi padre, es la negación y la avidez. Cuando consigues llegar al recuerdo, la empatía… bien, has alcanzado el objetivo, porque has llegado al demasiado tarde.

SH: “Las malas noticias se evidenciaron demasiado tarde”, escuchamos al inicio de ‘Criónica’. ¿Puedes hablarme de esa noción, el “demasiado tarde”? Aparece mucho en Deprisa.

JG: Sí. He explorado a tientas esa sensación en el libro, el demasiado tarde... Nuestro tiempo. Para aprender los sentimientos asociados a este 'demasiado tarde'. Cada vida proporciona estas enseñanzas. No son abstractas. No se pueden conseguir estudiando, o mediante la teoría. Las aprendes entrecerrando los ojos, ante todas esas gradaciones que descubres, el asombroso abismo absoluto entre ser y no ser —la extinción— pero también cuán largo es el acercamiento a ese abismo; y después, en el momento en que intuyes que está allí, cuando empiezas a sentir su atracción, cuán lentos, largos, nostálgicos, hipnóticos son el desprendimiento y la caída. Es una caída larga y lenta, con sus negaciones, sus horrores y misterios, la nuestra. Descendemos hacia la oscuridad con las alas extendidas. Como seres amados y que aman. En la memoria. En el desastre corporal. Como especie. Como testigos —si queremos serlo— de nuestra aniquilación de otras especies. Por supuesto, este testimonio es agotador. Y perdemos demasiado tiempo queriendo saber si lo que sabemos es verdad.

SH: ¿Cómo afectó esto a la entrada de otras voces en el libro? Las "subjetividades extrañas"…

JG: Todo el misterio en la presencia de la muerte es la impresionante desaparición de muchos tipos de subjetividad —nuestro interés en ellos, nuestra creencia en ellos— y el rostro de piedra del objetivo que de repente ves emerger de la niebla. Pero uno debe comprender y honrar el cansancio también. Uno también quiere decir ya basta, dónde está mi día, quiero que vuelva mi momento de vuelta, mi día lleno de momentos, aquello que construyo a-base-de-momentos, esa sensación creciente: futuridad, expectativa, crecimiento… no toda esta disolución. Se trata de encontrar la belleza, y no es fácil. La maravilla sí, un poco más. Por tanto, es cierto, el 'yo' en este libro también relata su propio “salto de un tipo de ser, un tipo de ser / inmaterial a otro”. Una se descubre a sí misma, de hecho, como 'una posible subjetividad extraña'; ansía seguir hablando desde un espacio más allá de la vida humana. Una no puede creer que la voz, la mente, el alma, serán aniquiladas. El cuerpo… bueno, al igual que nuestra tierra, lo vamos abandonando casi sin pensar, mientras podamos seguir pensando abandonaremos cualquier cosa material, abandonaremos todo para mantener viva esa cosa que llamamos mente, o conciencia. Nos adentramos voluntariamente en nuestros estados virtuales o ciborg, más por avidez que por curiosidad: sólo por no dejar de ser. O eso creo. Pero después la cultura misma siente el deseo de la no-realidad, incluso de su propia no-realidad espectacular. Como si así pudiera escapar de la mortalidad. Con tal de seguir siendo parte del espectáculo, sacará el pie del estribo por voluntad propia. Tampoco yo me excluyo de esto.

SH: ¿Cuál es el lugar de la poesía en todo esto?

JG: Bueno, la poesía, con su margen, es una representación reiterada de ese borde del abismo —y del desprendimiento, o no, de ese borde al ser pisado. Es uno de los medios más antiguos y misteriosos de cualquier civilización para dar forma a la tensión misma entre ruptura y continuidad. Por ello, uno debe calcular en cada verso su cercanía al 'borde', al mismo tiempo que debe evocar y experimentar la caída, o tal vez saltar hacia aquello que esté más allá de ese borde. En ese sentido, cada sucesión de versos inventa o modela tanto la muerte como la resurrección. Son ensayos y supervivencias.





(Imágenes: Heitor Magno)

miércoles, 13 de enero de 2016

Conversación con Antonio F. Rodríguez, diciembre de 2015 (primera parte)





En mi último viaje a Barcelona tuve el placer de conversar con mi admirado amigo Antonio F. Rodríguez (conocido por su nombre de guerra Stalker, en su mítico blog Lost in Marienbad, y actualmente uno de los coordinadores de la revista digital Kokoro), para un proyecto muy peculiar que él ha llamado Las voces espirales

Se trata de entrevistas a poetas grabadas en vídeo, cuya extensión -en torno a las tres horas: Antonio es amante de los grandes formatos, no solo en el cine- y búsqueda de la profundidad suponen un desafío a la lógica de la velocidad y fragmentarismo que rigen nuestro mundo audiovisual y comunicativo. Una respuesta a la cultura del tweet, el deslumbramiento publicitario y el titular sensacionalista, en mi opinión y creo que también en la suya. La primera parte de esta conversación recibe el nombre de Tránsitos y está formada por cuestiones generales que permiten esbozar un retrato del entrevistado: preguntas sobre el universo, la conciencia, los desprecios y aprecios, los autores que conforman su mundo personal. 

La segunda parte, Trazas, merece una entrada aparte ya que en ella Antonio y yo tratamos de encontrar las líneas secretas que configuran el entramado de Sistemas inestables, mi último libro. Una experiencia realmente valiosa para mí, al verme impelido a reflexionar y formular con otras palabras más improvisadas cuestiones que hasta ahora solo había plasmado en la escritura poética.

Una de las cuestiones de este primer segmento tiene que ver precisamente con el título de este blog, y con la dicotomía entre oralidad y escritura: qué mejor manera de introducir aquí esta reveladora, arriesgada y divertida experiencia, e invitaros a ella. 

.


ANTONIO: Vamos a pasar a otra fase, un pequeño juego de reacción, alérgica, rubeniana, que consiste en la idea de que te leo cuatro frases y me las comentas. A ver qué te parecen. La primera es de Olvido García Valdés, y es una frase que tú conoces muy bien. Dice así: "La escritura entendida como segregación que ciertos organismos producen, segregación de algo que forma y no forma parte de ellos: un cuerpo extraño; y quizá nombra también, por otra parte, la extrañeza que a veces causa lo más propio, lo más vivo e innegociable de uno mismo".


RUBÉN: Es una frase maravillosa, a todas luces. Tiene que ver, claro... el cuerpo extraño, la prótesis. La escritura es una prótesis. Al fin y al cabo eso es lo que venía a decir Platón, ¿no?, en el Fedro, si no recuerdo mal, cuando plantea: la oralidad, el diálogo, era -digamos- lo ideal. Mientras que la escritura, dice, es algo fósil, algo muerto... Pero claro, es necesaria la escritura para que perdure la oralidad, de ahí la idea del phármakon, veneno y remedio al mismo tiempo de la pérdida de la escritura... de la pérdida, perdón, del lenguaje de la oralidad en la escritura. Del olvido. Un remedio contra el olvido pero al mismo tiempo la muerte de la "vida" de la palabra. El escribir, al ser una prótesis, es un cuerpo extraño: nos priva de algo y nos da algo. Y al mismo tiempo, eso: la extrañeza. De pronto, lo nuestro es extraño. Como en una prótesis, como quien tiene una mano artificial: es tuya y es extraña.






domingo, 13 de diciembre de 2015

'Sistemas inestables', 2015




"Sistemas inestables: Una ontoteología metatextual apofática, invertebrada, desoladora, infinita, que tiene su correlato visible en la ritualización de la abyección. Un espacio taumatúrgico; traumatúrgico, según dice Rubén, o incluso traumateúrgico, si seguimos la cadena simbólico-asociativa. Un espacio para la aparición y extinción de lo sagrado y de la conciencia, en y a través de lo numinoso, el cuerpo del lenguaje ahora abyecto, desterritorializado por la enfermedad, la infección, la imagen preverbal y su energía poética, el balbuceo que cura en el yo que se rompe. Sistemas inestables como dispositivo de descondicionamiento y mecanismo de intensificación de los procesos mentales, perceptivos, que tiende a una lucidez extrema, hiriente y desconcertante."


Antonio F. Rodríguez



miércoles, 9 de septiembre de 2015

intersecciones: joseph cornell / mutsuo takahashi











“Este mundo, o el hombre de las cajas”




La sombra del negruzco membrillero
La floración de polvorientas rosas
—— Y además
una verja de alambre entretejida con vid
¿o tradescantias o bistortas, acaso?

Allí arrojado entre las plantas
Recostado en una mecedora desgastada por el clima
Las manos plegadas en el abdomen como un muerto
¿Quién podría ser este hombre que mira como
lavado aquí de los restos de un mundo distante?
Este hombre es un joven decrépito un ángel roto
traído hasta aquí por el arca de los sueños un bote en forma de caja
¿Cuándo ocurrió? ¿Ayer o hace cien años?



*



El mundo al que este hombre pertenece no está aquí
El mundo al que este hombre pertenece
está muy lejos a través de las fisuras del sueño
protegido por sensibles, firmes padres
Este hombre con cuello almidonado es un chico listo
tiene dos bellas hermanas menores
y un hermano menor de honesto espíritu
Esta familia de ángeles que ocultan sus alas en sofisticados vestidos
está envuelta en áurea felicidad
Ese mundo de recuerdos distantes
como una caja que flotase en una galaxia de lágrimas



*













Una mañana de pronto ese bote en forma de caja fue hacia la orilla
a los umbrales de ese mundo feliz y atemporal
¿Cuándo ocurrió? ¿Hace un segundo o un millón de años?
Los sueños son siempre pesadillas intrusos con malas intenciones
dibujados por la muerte el padre fue empujado atrás
y el resto de la familia pronto se disgregó
Aquí desembarcaron en el patio trasero de una ciudad raquítica
Aquí donde ni los ángeles escapan al destino humano
La madre enfermó de ansiedad languidecieron las hermanas
y el alma inmaculada del hermano se surcó de arrugas



*











En este falso mundo en lo alto de las balanzas
este hombre fue el callado, insigne cabeza de familia
Trabajando más envejeciendo antes que nadie
Pero no era esa la realidad de quien él era
Su yo real está oculto bajo el disfraz de un viejo
desparramado en su silla sentado como un cadáver
Él respira los mares verdiazules de su propia realidad
Mira surcos de nubes que dejan los aviones sobre el mar
y aguza los oídos para escuchar el diálogo del día con las estrellas
 


*









Este hombre de pronto se levanta de su mecedora
y desciende despacio por las hojas caídas
al subsuelo halla su propio mundo en forma de caja
con objetos guardados con esmero en repisas y cajones
cajas de caramelos cajas de pastillas cajas para velas
recortes de viejas fotos partituras trozos de madera
conchas aros de bronce canicas celestes
cristales rotos pipas de pompas de jabón——

También estos son fragmentos del mundo real
llegados hasta aquí tras la deriva por las fisuras del sueño
Este hombre se toma mucho tiempo
¿Cuánto? ¿Una semana o treinta años?
Escoge los fragmentos los reúne
en el lugar correcto en la caja correcta
mientras el vago reflejo de la felicidad
de aquel mundo real ya tan lejano
se vuelve pálida luz de atardecer y cae
sobre el hábil movimiento de sus dedos



*










¿Ya no está en su mecedora del jardín, este hombre?
¿No está junto a su mesa del sótano?
Si no está en ningún lugar que pueda encontrarse
será que este hombre nunca ha estado aquí
Lo que creíamos ver no era sino
la sombra de su yo real
Sus pestañas en sombra trazando el arco de visión hacia el mundo real
Sus manos en sombra acariciando los pecios del mundo real
No es asunto nuestro lamentar su ausencia
Como pajarillos deberíamos bajar al jardín para mojarnos siguiendo su costumbre
y jugar en la claraboya de su sótano como la luz



*











Entonces ¿qué pasa con estas cajas?
Con los objetos capturados las princesas
las bailarinas los príncipes-conejo
las cacatúas las abejas las mariposas
¿Se aloja este hombre dentro de ellas
tomando prestadas las formas de criaturas efímeras?


Como el jardín y el sótano estas cajas son también
cuartos de hotel baratos para la sombra de este hombre
la que se balancea en la percha derrama algo de arena
crea sagaces grietas en el cristal de las ventanas
y se desvanece
El destino de su sombra es el mundo real
Estas cajas melancólicas que están ante nosotros
son los bordes del pozo por el que asomamos
la mirada hacia ese mundo y somos absorbidos












(Imágenes: Joseph Cornell)


(Poema: Mutsuo Takahashi, traducción indirecta de R.M. a partir de la versión de Jeffrey Angles)

domingo, 31 de mayo de 2015

Domingo PerVerso: testimonios audiovisuales



Hace poco más de un mes, en Granada, tuvo lugar un evento poético muy especial, quizá el más emocionante a nivel personal de todos en los que he participado. Los vínculos que me unen a Raúl Quinto y Begoña Callejón son tan complejos y profundos que van más allá de la amistad, por hermosa que sea esta palabra. Pero nunca habíamos compartido los tres un escenario hasta ese domingo 26 de abril. Además contábamos con la presencia nada menos que de Primo Gabbiano, con quien Raúl y yo habíamos desarrollado aquella estimulante nube de Ruido Negro en Barcelona. Un extraordinario músico que establecería con nosotros un improvisado diálogo de ruidos, silencios y melodías fracturadas, ascensiones, espirales y caídas.

Repitiendo nuestro habitual infortunio tecnológico, lo que sucedió aquella noche en el Efecto Club no fue registrado en su totalidad como pretendimos: la cámara falló. Afortunadamente hubo varias grabaciones espontáneas -muchas gracias por ello a nuestro amigo Mariano Muñoz- que recogen algunos de sus pasajes. Lástima que se perdiera gran parte de la recta final, en la que Begoña, Raúl y yo recitamos poemas de otros autores (Emily Dickinson y Óscar Hahn en mi turno, Antonio Gamoneda y José Val del Omar en el de Raúl, y Sylvia Plath y Allen Ginsberg en el de Begoña; en su lectura del poeta norteamericano, hubo una insólita sinergia entre voz y música, un clímax pasmoso de fragilidad, ternura y rabia, respecto al cual Raúl y yo coincidimos en que fue una de las experiencias más sobrecogedoras que hemos vivido jamás en un recital). Pero cómo no compartir unos cuantos vídeos que, con las siempre borrosas limitaciones del formato, nos permiten recordar unos momentos que al menos para nosotros cuatro fueron mágicos. 













Y aquí los últimos minutos del recital: nuestra interpretación para tres voces y distorsión eléctrica de Escribir, de Chantal Maillard. "Escribir / para desestructurar / para vencer las estructuras (...) / para ejercer lo inútil / para abrazar lo inútil / para hacer de la inutilidad un manantial". No hubiera sido posible decirlo con otras palabras. Ni con otros compañeros.






jueves, 8 de enero de 2015

Terror, kitsch y palimpsesto en la poética de LMP






(Artículo publicado en el número 372 de Quimera, noviembre de 2014, dossier sobre Leopoldo María Panero)




(Imágenes: Joel-Peter Witkin)



TERROR, KITSCH Y PALIMPSESTO EN LA POÉTICA DE LEOPOLDO MARÍA PANERO
por Rubén Martín


(I.)                Los lobos devoran al rey muerto

Pocos saltos hay tan extremos en la poesía española reciente, en apariencia, como el que va desde la opera prima de Leopoldo María Panero Así se fundó Carnaby Street (1970) a sus inmediatamente posteriores libros. Muy poco en esos “cuentos negros de hadas”, como los llamó Pere Gimferrer, parece anunciar el desafío que propone al lector en el prólogo a su siguiente trabajo, Teoría (1973), precedido por una cita en latín de las Geórgicas de Virgilio –alusiva al despedazamiento de Orfeo en manos de las bacantes–:

Poco o nada de mi experiencia te interesa: quieres saber tan solo de esa ficción que se creó por intermedio de otro, esa entidad llamada <<autor>> que te sirve para digerirme, esa imaginación pobre (<<Leopoldo María Panero>>) que ahora devoran unos perros. Hablemos, pues, de esa triste ficción, del <<yo>>, lugar de lo imaginario. (…) Que esta persona que de sí mismo reniega, que este texto que para celebrar su muerte establezco, que todo esto te ahorque por fin a un lugar que no existe.

En su estudio El genio y la locura, Philippe Brenot sostiene que la patología psicológica resulta menos frecuente entre pintores y compositores que en el mundo de la literatura, pues “la escritura es un crimen para aspirar a la existencia”, y alude como argumento a la proliferación de fenómenos de pseudonimia y heteronimia en este ámbito, apenas anecdóticos en la música o las artes plásticas [i]: el escritor crea conflictivamente su propia identidad mediante el lenguaje o, en palabras de Foucault, escribe para “perder el rostro”. En el mencionado prólogo, Panero firma con insolencia la escena de dicho crimen:

… ese rey (el yo) ha muerto, se ha dejado sucumbir para nacer de nuevo, es porque ese próximo libro, en que se realiza la ceremonia alquímica de la destilación (albedo) de la prima materia, se titula <<Los lobos devoran al rey muerto>>. Otra interpretación –que es lo que gustas–: ese rey muerto podría ser el mismo arte, que en esto que sigue se cuestiona desde dentro.

Estamos pues en el umbral que separa con violencia los collages coloristas y melancólicos de Carnaby Street, inspirados en “la inefable rareza de la literatura infantil” [ii], de una exploración sin apenas precedentes: la indagación consciente y metódica –desde dentro– de los vínculos entre poesía y locura. No es posible obviar que la muerte del ‘yo’ biográfico (que se convertirá en la ficción originaria de su siguiente libro, Narciso en el acorde último de las flautas, 1979: poemas escritos por un muerto), la negación radical de un autor transparente que habría de plasmar su ‘experiencia’ o su ‘esencia’ en los escritos, se sitúa justo en esta porta nigra en la que Panero parece decirnos: perded todo asidero los que entráis.







           
(II.)              Territorio del miedo

Pero ¿desde dónde explorar esos vínculos cuyos filamentos parecen múltiples y se prolongan –del Fedro de Platón al esquizoanálisis, del ritual chamánico a los manifiestos surrealistas– hasta los mismos orígenes de la cultura occidental? En Antonin Artaud, el precedente más obvio de Panero como artista verbal con diagnóstico de esquizofrenia y una relación conflictiva con la institución psiquiátrica, la escritura del delirio se desarrolla en las intersecciones entre cuerpo, lenguaje y psique, persiguiendo ”volver a las fuentes respiratorias, plásticas, activas del lenguaje, oír las palabras como elementos sonoros y no por lo que gramaticalmente expresan” [iii]. Una vertiginosa corporeización del pensamiento, cuyo balanceo entre angustia y éxtasis transcurre por lo radicalmente antiliterario y antisemántico: “Las personas que huyen de la vaguedad para buscar la precisión de lo que pasa en su pensamiento, son unos cerdos. Todos los literatos son cerdos” (El Pesa-Nervios, 1925).
            Por el contrario, la puesta en lenguaje de la locura en Panero se nutre agresivamente de la literatura, entendida como una red de citas; una locura ante todo textual, tejido de una araña que, como en la metáfora que utilizó Deleuze para describir la novelística de Proust, es un cuerpo sin ojos, sin nariz y sin boca, responde sólo a las vibraciones de cada hilo para saltar sobre su presa [iv]. En las páginas de Teoría, un libro aún de tanteo estilístico pese a sus descomunales momentos álgidos, se encuentra un breve y desconcertante poema todavía deudor de las técnicas de su primer libro, pero que al mismo tiempo inaugura un territorio. ‘Pasadizo secreto’:

Oscuridad nieve buitres desespero oscuridad nueve buitres nieve
buitres castillos (murciélagos) os
curidad nueve buitres deses
pero nieve lobos casas
abandonadas ratas desespero o
scuridad nueve buitres des
“buitres”, “caballos”, “el monstruo es verde”, “desespero”
bien planeada oscuridad
Decapitaciones.

En una primera lectura, pudiera parecer naïf e insustancial este torrente de imágenes tópicas de la literatura de terror. La oscuridad, las ratas, las casas abandonadas, los buitres, el mismo pasadizo secreto del título, no convocan sino a lo que un estructuralista llamaría el “estilema” de la narrativa gótica: imágenes reconocibles que extraídas del discurso donde pudieron haber sido necesarias conforman el kitsch de lo terrorífico. Palabras que de tan marcadas culturalmente remiten a lugares ya transitados, sugieren de manera preconcebida –y desgastada por el uso– lo ominoso u horrible. Pero la textura de estas reiteraciones hace asomar una estrategia más compleja, basada en un extrañamiento que reactiva los lugares comunes. La repetición obsesiva, la disolución de la unidad del verso mediante la fractura léxica, transformando el ritmo de la lectura en una continuidad asfixiada, la variación fonética que resalta el carácter físico del significante (nueve / nieve), culminan en esos enunciados entre comillas que desnaturalizan más aún ese escenario previsible, mediante la consciencia de que las palabras son siempre prestadas, un balbuceo de citas rescatadas de un lugar desconocido o ya olvidado:  “buitres”, “caballos”, “el monstruo es verde”, “desespero”. El kitsch se abre a una experiencia estética alterada al hacer explícito su carácter de artefacto, de lenguaje imitativo y arrancado de contexto.
Así, la “bien planeada oscuridad” de Panero en sus libros de los 70 y 80 tiene mucho de puesta en escena que juega con los clichés del dark romanticism, de manera análoga a como lo harían contemporáneos suyos como Diamanda Galás, que empleaba en sus actuaciones elementos de misa negra, blasfemia y vampirismo, o Joel-Peter Witkin al fotografiar cadáveres, hermafroditas o mutilados en densas composiciones barrocas. En los tres casos se asume el riesgo de que la propuesta sea tomada como un arte inmaduro basado en la provocación, por más que no haya nada más pueril o adolescente que reducir las obras de estos artistas a su escenografía, como no pocos críticos han hecho en sus respectivos ámbitos. El kitsch de lo tenebroso, de lo grotesco, es tan solo un elemento más de una compleja red de referencias que trazan una denuncia al sistema cultural: el individuo físicamente monstruoso en Witkin, el enfermo de sida en Galás y el demente en Panero como pharmakoi, chivos expiatorios de la cultura occidental, expulsados del ámbito de la representación:

            Los ángeles cabalgan a lomos de una tortuga
y el destino de los hombres es arrojar piedras a la rosa.
Mañana morirá otro loco:
de la sangre de sus ojos nadie sino la tumba
sabrá mañana nada.

(Poemas del manicomio de Mondragón, 1987)

En el prólogo a su antología Visión de la literatura de terror anglo-americana (Felmar, 1977), Panero asocia el nacimiento de la literatura de terror en el siglo XIX a la definitiva implantación de la burguesía en el poder. Es el mismo momento en que la demencia se conceptualiza como enfermedad en Occidente (finales del XVIII, según Foucault). Tanto el terror como la locura se configuran como vacíos del discurso racionalista, y como tales son excluidos y recluidos en los márgenes de la literatura y de la sociedad respectivamente. Marginalidad que persiste en nuestros días: ¿cómo afecta a nuestra recepción de estos poemas saber que quien los escribe es un “loco”? ¿Por qué cuesta asumir una poética inspirada –entre otros muchos referentes– en la literatura de terror? Según Panero este paradigma funda el comienzo de un proceso irreversible en el cual el extrañamiento incluido en el arte ha de ser cada vez mayor, y mayor el riesgo de locura contenido en ese arte”. Acercarse a los mecanismos de la demencia y el miedo supondría perforar esa malla ideológica, descubriendo que lo que se asume como real no es sino un símbolo, y a la vez asomándonos al abismo de lo no simbolizado:

El Terror anunciará ahora ese desgarramiento que separa lo conocido de lo Desconocido, él dirá lo que se ha callado o lo que se ha hecho callar. De esa otra realidad que circunda la frágil gota de la nuestra hablarán ahora sólo dos catástrofes: el pánico o la locura, o mejor, el pánico de la locura, de la región completamente desimbolizada; en ambos casos se temerá lo que no está en el símbolo vehiculado ideológicamente: de manera que quizá podría decirse que el Terror es un sentimiento del símbolo, que la experiencia del Terror es el acto fundador de la inteligencia.

Así, la locura se concibe en Panero como experiencia textual: el poeta como araña cuya tarea es la de ejercer lo que Genette llamó transtextualidad, esto es, <<la trascendencia del texto: la manera que tiene un texto de evadirse de sí mismo>> [v], dialogando con o enfrentándose a otros textos. La araña ciega cuyos hilos son la extensión de su cuerpo carente de órganos, de un “yo-autor” que la inserte en el discurso, prisionera y dueña de una tela que habla por ella, la dice, y cuyo único movimiento liberador es la expansión hacia lo desconocido:

Está sola la araña en el telar del miedo
está sola y lucha contra las estrellas del miedo
y canta, canta la araña canciones al miedo
que dicen por ejemplo: el miedo es una
mujer que camina descalza en la nieve
en la nieve del miedo, rezando, pidiendo a Dios de rodillas
que no haya sentido…

                                                                       (‘Territorio del miedo’, Last river together, 1980)









(III.)      La nutrición de los perros finales

Pero el siglo XIX también vio nacer al kitsch como arte para la sociedad de masas, copia degradada de lo sublime romántico para Hermann Broch, y que Chantal Maillard relaciona con el término pantomima, mímesis de todo, “artificiosa representación de lo que en otras épocas era genuino” hermanada a una “atrofia de los sentidos”, consecuencia de la política de mercado y la ideología capitalista [vi].  
            Para un poeta como Leopoldo María Panero, que parte de una concepción extrema del arte literario como reescritura (toda la literatura no es sino una inmensa prueba de imprenta y nosotros, los escritores últimos o póstumos, somos tan solo correctores de pruebas), ser consciente del kitsch, bordearlo, arriesgarse a caer en él, subvertirlo, se convierte en una tarea ineludible para provocar ese sentimiento del símbolo que subyace al terror y conduce a lo desconocido. El vértigo crece si nos asomamos a lo imprevisible desde los márgenes de lo conocido, y el kitsch es en esencia la explotación del efecto artificiosamente predecible. Mientras en su primer libro Así se fundó Carnaby Street la exploración se realiza en el mundo de la literatura infantil (convertida en puro kitsch a través de Disney y su mercadotecnia), el cómic de superhéroes o la televisión, en sus obras posteriores se opera una subversión más soterrada de los clichés de lo poético, mediante la violencia del contraste y la descontextualización. Así, en Narciso hay un ajuste de cuentas con el kitsch en ‘Glosa a un epitafio (carta al padre)’, donde se parafrasea un edulcorado poema de Leopoldo Panero [vii] con imágenes de horror, incesto paternofilial y necrofilia: “solos los dos, y amándonos / sobre el lecho de la pausa, como se aman los muertos (…), / aquí, ¿debajo o por encima? de esta piedra”, la piedra bajo la cual se espera, en el epitafio original, “la resurrección de la carne”, convertida aquí en abyecto escenario de una cópula con el padre transexualizado: “solos tú y yo, mi amada, / aquí, bajo esta piedra”.     
Otra desautomatización del kitsch se produce mediante determinados vocablos cargados de presupuesto valor poético, que remiten de forma artificiosa al registro de lo lírico. De ahí la insistente presencia de imágenes hipercodificadas como la rosa (y, sobre todo a partir de los 90, animales simbólicos como el ciervo, el águila o el sapo), que integradas en un contexto de sordidez recobran una extraña sugestión: “La aguja dibuja lenta / algún ciervo entre mis venas / cuando el veneno entra en sangre / mi cerebro es una rosa” (Heroína y otros poemas, 1992), O la palabra “alma”, reiterada en no pocos poemas: un concepto que en Leopoldo María Panero –cuya cosmovisión deriva de Nietzsche, Hegel y Lacan– sólo se explica como huella de una ideología gastada de lo poético que ha de subvertirse mediante imágenes de horror alucinatorio: “Dos atletas saltan de un lado a otro de mi alma / contentos de que esté tan vacía (…) / Y se repartirán los huesos de mi alma. / Mi alma. Mi / hermano muerto fuma un cigarrillo junto a mí” (‘El circo’, en Narciso…[viii]. El imaginario romántico y las categorías heredadas irreflexivamente por la tradición desde el dolce stil nuovo y el petrarquismo sirven de pasto de la destrucción y la nihilización; o más propiamente como elementos primarios de esa transformación alquímica mencionada en los prólogos de Teoría y El último hombre [ix], capaz de extraer de la putrefacción lo nuevo:

                 Y pregunté
—te pregunté entonces—: «Será mi alma
buen alimento para perros?» Y contestaste: «no esperes
que ella sirva para otra cosa: fue creada
y pensada lo mismo que tu cuerpo y huesos para
nutrición de los perros finales —lo mismo
que tu palabra». «Y ¿nada he de esperar?» «Nada».
Y vi cómo espadas y corazas y yelmos
surgían sobre el campo más yermo.
Y me olvidé.

(‘Eve’, Narciso en el acorde último de las flautas, 1979)









(IV.)      Mientras tejías alguien destejía

La locura como experiencia textual, hemos dicho: la destrucción del yo-autor profetizada en el preámbulo a Teoría tendrá como estrategia, en los libros posteriores, la relectura y recreación de otras voces, otros textos. Como señala Rodríguez de Arce “la palabra poética de Panero aparece dividida en sí misma y de sí misma; las otras voces matan la voz y mueren bajo la voz del poeta (…). El no ser del madrileño consiste en ser a través de todos los poetas que constituyen su vastísima bibliografía personal” [x].
Si bien la transtextualidad es un fenómeno que está en la misma matriz del hecho literario, en Panero los mecanismos de alusión directa e indirecta, plagio, cita apócrifa, pastiche, etc. cobrarán progresivamente –en especial, a mi juicio, hasta El último hombre (1983)– una recurrencia paroxística, insólita en la poesía española. Este diálogo obsesivo con lo ya dicho, en contraste con otras prácticas intertextuales presentes en los poetas de su generación y posteriores, se convierte en un acto de violencia, de torsión y apoderamiento de otros textos, y en última instancia conforma una visión de la literatura como demencia colectiva.
Más que las referencias a autores de los siglos XIX y XX (con Poe, Carroll, Trakl, Eliot y Pound como presencias más insistentes), especialmente sintomática de esta violencia es la apropiación y reelaboración de textos pertenecientes a los momentos fundacionales de la poesía occidental: los líricos grecolatinos y los trovadores provenzales. Una inocente cantiga de Giraut de Espanha puede integrarse en un tenebroso canto al poder de la droga, entre alusiones a Marcel Schwob y Thomas de Quincey (“per amor soi gai / alegría de la nada”, en ‘Condesa morfina’, de Teoría), o el célebre verso de Guillem de Peitieu “farai un vers de dreit nien” (“haré un poema sobre absolutamente nada” o “desde la pura nada”) actualizar su sentido, transformándose lo que en el texto original era una ironía desencantada sobre el amor cortés [xi] en un mallarmeano enfrentamiento del lenguaje con la néant: he muerto y sé mi nombre, sé / faire un vers de dreit nien” (‘De cómo Ezra Pound entró en el reino de los muertos, partiendo de mi vida’, de El último hombre).
Esta torsión del sentido, que redescubre la modernidad de textos pretéritos, alcanza su mayor fuerza subversiva en Dioscuros (1982). En un momento en que la presencia clásica en las letras españolas había derivado no pocas veces hacia vaporosas idealizaciones de la antigua Grecia, bacanales romanas con aire de cine erótico de los años setenta o actualizaciones urbanas de tópicos literarios dignas de un taller de poesía –de nuevo, el kitsch: imitaciones trivializadas, aplaudidas además como Alta Literatura–, Panero reescribe entre líneas los epigramas grecolatinos para desvelar, como en un palimpsesto magullado o semidestruido, los signos de una civilización sumida en un crepúsculo de amoralidad, sadismo y perversión:

            Cuando por fin, Alcmanes, amor nos declaramos (…)
                no en un árbol quisimos grabar aquella unión
                y que fuera la driada del único portento
                testigo vano y mudo, pues detesto a los dioses:
                en medio de aquel bosque tropezamos a un niño
                y en su espalda rosada, con fuego,
                lentamente escribimos los nombres.

No es la tan recreada decadencia romana o griega lo que subyace a este mosaico de voces anónimas, sino un nihilismo áspero, cruel y turbador, que emerge desde las formas reconocibles de los orígenes de la lírica occidental: “Recuerdas que en el día / feroz en que muriera / la suave Cipria de quien tan dulcemente / en las noches de estío con la boca abusábamos ambos / unimos nuestra orina en el único vaso / y bebimos los dos con la risa de un niño?”. La obra apocalíptica de Panero, obsesionada con la idea de escribir el último libro, no concibe la literatura sino como simultaneidad sin presente ni pasado, una red cuyos filamentos pueden ser destejidos, recombinados, retorcidos para buscar una salida del “estúpido / pero eficaz laberinto” [xii] de la razón, un agujero que desmienta la coherencia de la trama, llamémoslo locura, terror o simplemente experiencia poética:

La lectura, y con ella el acto de escribir que es su deudor y su “vasallo” real, y la literatura en su conjunto, son un sistema, del que los autores no son sino parásitos. No hay para ella “historia” lineal e irreversible de la literatura, sino sólo un espacio sincrónico, infinitamente reversible; no hay estructura lineal, sino de tejido, en el que cada elemento, cada costura indica la dirección de todos ellos.  

(Prólogo a Visión de la literatura de terror anglo-americana, 1977)

                                                          




[i] Cfr. Philippe Brenot, El genio y la locura, Ediciones B, 1998.
[ii] La expresión es del propio Panero, en el prólogo a su traducción de Peter Pan de James M. Barrie, Libertarias, p. 13.
[iii] Virginia E. Zuleta, “Escribir con Artaud: aproximaciones deleuzianas”, VIII Congreso Internacional de Teoría y Crítica Literaria Orbis Tertius, Universidad Nacional de La Plata. Enlace: http://citclot.fahce.unlp.edu.ar/viii-congreso
[iv] Gilles Deleuze, ‘Présence et fonction de la folie: l'Arraignée’, en Marcel Proust et les signes, Presses Universitaires de France, 1976.
[v] Gerard Genette, Palimpsestos: la literatura en segundo grado. Taurus. pp. 9–10.
[vi] Chantal Maillard, Contra el arte, Pre-Textos, p. 35.
[vii] Ha muerto / acribillado por los besos de sus hijos, / absuelto por los ojos más dulcemente azules / y con el corazón más tranquilo que otros días, / el poeta Leopoldo Panero, / que murió en la ciudad de Astorga / y maduró su vida bajo el silencio de una encina. / Que amó mucho, / bebió mucho, y ahora,/ vendados sus ojos, / espera la resurrección de la carne / aquí, bajo esta piedra”. Cfr.  Túa Blesa, Tránsitos. Escritos sobre poesía. Tirant lo Blanch, 2004.
[viii] Cuanto menos elocuente es esta personal visión materialista del concepto de alma: “Existe, en efecto, una tortura conocida hasta ahora como ‘suplicio de los pantalones’, la aniquilación de esa defensa que es el vestido y el traje, encargada de proteger lo que en proxemia se llama el ‘territorio’: en otras palabras el halo, el alma, el campo bioeléctrico que sella nuestra identidad”. Prólogo a Heroína y otros poemas, Libertarias, 1992.
[ix] “El libro que he realizado, El último hombre, que es una leyenda alquímica representativa de la primera fase de la obra, también llamada nigredo (oscurecimiento) o Putrefactio (putrefacción)”. Prólogo a El último hombre, Libertarias, 1984.
[x] Ignacio Rodríguez de Arce, “Poética de la intertextualidad en Leopoldo María Panero”, Ogigia, revista electrónica de estudios hispánicos, 6, 2009, pp. 32-33.
[xi] Farai un vers de dreyt nien: / non er de mi ni d'autra gen, / non er d'amor ni de joven, / ni de ren au, / qu'enans fo trobatz en durmen / sus un chivau” (“Haré un poema sobre absolutamente nada: / no irá de mí ni de otra gente, / no irá de amor ni juventud, / ni cosa alguna; / pues así lo compuse durmiendo / sobre un caballo”, traducción mía).
[xii]Vanitas vanitatum’, en Teoría.