EL VIOLINISTA EN LA VENTANA , 1918
(a la manera de Matisse)
Aquí está él otra vez, tan delgado, tenaz,
uno diría cautivo—¿se fue alguna vez el
invierno?—nadie
ha subido la colina al norte de la
ciudad que se recuerde—algo no ha sido
cargado por completo—la vida no tiene culpa—él es
un tallo—y lo que es cíclico aquí, sería tan
necesario ya
saberlo—y si existe
un
culmen de esto—un cénit, la nota más alta,
una
meta—
aquí está él ahora, otra vez, de pie
ante la ventana, dispuesto a
mirar
afuera si su tiempo
se
lo
pide,
dispuesto
a comenzar de nuevo si
debe,
aquí donde la guerra para acabar todas las guerras ha tocado
su
fin—de momento—a retomar
lo que sea que
el
espíritu
deba retomar, y cuál es la melodía de
eso,
la sostenida nota única de obligada
esperanza,
incorporada, como un virus,
antes
que el cuerpo se acostumbre a él y se
vuelva
de
nuevo natural—sí, respíralo,
el
interludio,
la
tregua en la
masacre—arriba
se
pide al corazón que vaya, arriba—
abre ya estos pesados postigos, el
orden oculto de un sistema de creencias
aflora
a la superficie,
te
insiste en que te acerques a
la
reja—asómate—
el tiempo resalta ahí maduro,
floreciente, grande como el día—y ¿no es éste un cielo
demacrado?
y qué
débil
esta
sensación
de tiempo, ¿acaso no
lo sientes? el no en el corazón—no, no me hagas creer
de
nuevo, demasiado ha muerto, no me hagas abrir
todo
esto
de
nuevo—agazapada en
sombra,
mi cabeza totalmente
vacía—puedes ver
que el cielo entero pasa por esta mi cabeza,
la mente está esbozada con pinceladas fuertes
de nubes y de
clima—qué es el clima—cuando
todo desaparezca
compraremos
más,
que el cielo nos proteja es la
canción, y lagos llenos de peces
que saltan, y edades que no
concluirán, bañadas de rocío, bañadas
de sol, im-
pagables—déjanos a solas, sueltos y deshechos, todo
y nada filtrándose a través—no, no pueden alcanzarme, no pueden embaucarme otra vez dice
mi
cabeza frente a la
ventana
abierta, mientras la historia recomienza, y
acaso
es eso música de flauta ahí a lo
lejos, acaso un contestador automático—llamada y respuesta—y acaso
ese zumbido en mis oídos
son los
surcos de la tierra
repleta
de hombres con sus roles, y sangre al ser tragada por el
barro, por la página de estadísticas,
y las calles allí fuera, acaso estamos
hechos
para volver a trazarlas, y mi humanidad
plagiada,
a quién
tendré
ahora que imitar para re-
transformarme
antes de la próxima catástrofe—la ley de la caída de los cuerpos se impone pero no haremos
uso de
ella—la ley de la demora—
ni los seres que amamos saben si
estamos vivos—
pero
lo tomo de nuevo, el
violín,
está
todavía
aquí
en mi mano izquierda, ha estado unido
a mí todo este tiempo—lo sostendré, mi
único
fardo, escucharé la diferencia entre arriba
y
abajo,
y hacia arriba llevaremos ahora el arco arriba y
abajo,
y encontraremos
la nota, sostenida, fija, así suena la
esperanza que el yo de uno se impone a sí
mismo—esta nota alta que tiembla—es un
buen sonido,
es un
sonido feo, mi mano lo hace, mi mente
no puede
abrir—nube contra cielo, liberar a mi yo
de mí misma, la nota es eso, estoy de
pie en
mi
ventana, mi especie está enferma, el
fin del mundo puede ser imaginado, los
minutos corren como el golpeteo de los pies en verano
a
través del largo pasillo y luego afuera—oh sé
feliz, y
las nubes se enturbian, y ocultan el
matadero, gravitan en lo alto como si esto no
fuera
un exilio perpetuo—nos acercamos—las manos al extremo de
este cuerpo
sienten
en sus palmas
el
deseo
supremo—mira—el instrumento se alza—
y este será de nuevo un tiempo en que crear—un
tiempo de in-
utilidad—el imaginado paraíso
humano.
(Jorie Graham, "The violinist at the window", en Sea Change, 2007)
(Traducción de R.M. en Rompiente, 2014, Bartleby Editores)
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