(R.M. en Inusual Project. Fotografía de Francisco Jota Pérez)
Se han dado las circunstancias para que este noviembre de 2014 sea un mes que recordaré, un retorno multifocal a los escenarios que más me interesan -a enorme distancia de los otros- para la poesía: aquellos donde existe la posibilidad de una comunicación diferente, sea por la extraordinaria calidad de las compañías, sea por la sinergia de diferentes disciplinas, que trasladen esa inmersión solitaria que se produce en la lectura privada a un ámbito colectivo. Lejos de la pompa de las presentaciones, del recital como misa del ego. La búsqueda de un recital no felatorio, comentaba con la risueña mala uva que a veces me caracteriza a Antonio F. Rodríguez, uno de los responsables de esta aventura al invitarnos a Raúl Quinto y a mí a pasar los primeros días del mes en Barcelona, donde nos esperaba una emboscada de actos poéticos.
Antonio (aka Stalker, alias Arshesh Zhad) es, además de un generoso y cordial amigo, una de las personas que más me han estimulado para ir siempre un paso más allá, o más adentro, en mi propia relación con la escritura. Y la revista Kokoro, de la que es codirector junto a Laia López Manrique y Lola Nieto, el espacio idóneo para esas incursiones en territorios movedizos. Conocer más a estas dos poetas singularísimas era uno de los atractivos del viaje, solo comparable a volver a compartir escenario con Raúl después de tantos años en un acto nada convencional: una lectura de poemas a dos voces en diálogo o rizoma con la música experimental de Primo Gabbiano.
Llibreria Calders -un lugar más que recomendable- nos prestó su espacio para presentaciones de libros y allá que fuimos, después de un accidentadísimo viaje en el que por primera vez me alegré del retraso de un vuelo. Apenas una hora y media antes Raúl, Primo y yo charlamos para ponernos de acuerdo en el repertorio y compartir nuestras perspectivas sobre el inminente recital. Ya había podido hacerme una idea del talento de Gabbiano a través de vídeos de sus actuaciones, pero su profesionalidad, imaginación y entusiasmo me dejaron asombrado. A través de sus texturas y atmósferas improvisadas de feedback eléctrico, Raúl y yo leímos textos no solo nuestros, sino de poetas como Jorie Graham, Paul Celan, Chantal Maillard, César Vallejo... pues la idea era desmarcarnos de la clásica lectura autoafirmativa y crear una experiencia poética donde las voces fueran múltiples, sin mencionar siquiera al autor en los tramos finales. Desde luego lo disfrutamos mucho, como se aprecia en ciertos momentos del vídeo, y los tres coincidimos en el deseo de repetir.
Al contrario que el pobre Raúl, disponía de un día más de vacaciones y había que aprovecharlo. Nuestro Stalker predilecto había actuado en consecuencia, removiendo Barcelona hasta encontrar una Zona dispuesta a albergar otro recital poético un día tan intempestivo como cualquier domingo. Ese lugar sería el pub Inusual Project, donde tuve el placer de contar con otras tres compañeras de lujo: Luna Miguel, Laia López Manrique y Lola Nieto, a quienes no había tenido ocasión de ver recitar en vivo hasta ese momento. Bajo una tenue luz -solo faltaba que la cortina fuera roja para acentuar la reminiscencia lyncheana- la conjunción de nuestras cuatro voces, tan heterogéneas, creó una atmósfera bastante peculiar.
En primer lugar, Luna Miguel leyó tres poemas en los que un torbellino de imágenes, recuerdos y alusiones conseguía trasmitir, a través de su presencia aparentemente frágil y aniñada, una impresión de rotunda desnudez emocional a la que me resultó imposible ser indiferente. Creo que los que la critican tendrían mucho que aprender de ella: no solo de su capacidad de trabajo y su apertura de miras como agitadora cultural, que ya conocía, sino de su talento para dar vida a los poemas en directo.
A continuación, Laia López Manrique compartió varios textos de su excelente nuevo libro, La mujer cíclica. La poesía de Laia tiene la inquietante habilidad de indagar en diferentes escenarios psíquicos, diferentes alteridades, con una intensidad radicalmente física. Hay algo de malditismo bien entendido en ella: no como pose o desviación hacia lo extraliterario, sino como una necesidad fascinada de dar palabra a los arrancados del discurso, las huérfanas de lenguaje, las habitantes de los márgenes.
Lola Nieto, autora de uno de los primeros libros más inclasificables que he leído nunca, Alambres, hizo una actuación difícil de describir. Sus textos, más cercanos a microscópicas demoliciones del lenguaje que a poemas convencionales, tomaron literalmente cuerpo y voz en el más precario y huérfano de los equilibrios. Por momentos tuve la impresión de estar viendo una performance donde poema y poeta eran una mismidad absoluta. Lo extraño es que resulte tan inusual ser espectador de algo así en un recital.
Era mi turno y estaba casi aturdido por la peculiar intensidad de estas tres intervenciones. Conté con el apoyo de una serie de imágenes con las que dialogar (aunque por las limitaciones técnicas no pueden verse en el vídeo subido a Youtube): mi plan era exponer por primera vez algunas muestras del proyecto en el que actualmente estoy inmerso, un libro digital en colaboración con la artista Mónica Ezquerra para la recién nacida editorial Skat.
Este futuro libro es un experimento en marcha que me tiene fascinado por varios motivos: no solo por la integración de diferentes disciplinas -fotografía, música y poesía-, sino por su puesta en escena del mismo proceso creativo, en el que la colaboración se realiza 'a ciegas' (ni Mónica ni yo sabíamos, hasta hace unos días, con quién estábamos trabajando: una sensación de lo más inquietante e inspiradora) y se despliega sin otra comunicación que el intercambio de textos, imágenes y fragmentos musicales. Una verdadera fortuna, además, colaborar con una fotógrafa a la que admiro y con la que comparto inquietudes. Tendréis más noticias pronto acerca de esta obra, que se encuentra en su fase final de composición.
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Terminaba así la aventurilla barcelonesa, pero al regreso me esperaba una cuenta pendiente: llevar a Granada el espectáculo poético-musical que Alejandro Morales -cerebro y corazón del proyecto de rock electrónico Mandelbrot- y yo habíamos realizado en Almería, dentro del ciclo Poeta de Guardia que dirige Toño Jeréz. Allí en La Oficina nuestra actuación tuvo una acogida francamente buena, por lo que hubiera sido una locura no repetir en los escenarios de nuestra ciudad. La cita era el sábado 15 de noviembre en Efecto Club; nos pusimos a afilar nuestros instrumentos.
Hacia el poema eléctrico, se llamó este evento en el que Alejandro (guitarra, bajo y teclados) y un servidor (voz, poemas y samples) unimos nuestras disciplinas en busca de una experiencia poética más inmediata e intensa. No sé si llegamos a ella, pero por momentos creo que nos acercamos. Repetiremos. Por nuestra propia torpeza, no hubo testimonios de audio o vídeo (que sepamos), pero esta muestra de lo que hicimos en Almería -una versión de Fármaco algo más primitiva y bare que la interpretada en Efecto Club- permite hacerse cierta idea.
Un noviembre memorable que para mí fue una antesala de lo que deparará el 2015, un año que se promete lleno de actividad. Y se acerca.
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