(El 28 de septiembre llega a las librerías, al fin, la edición bilingüe de Deprisa / Fast, el último libro de Jorie Graham hasta la fecha, en versión de Antonio F. Rodríguez y un servidor. Me interesaba rescatar y traducir esta entrevista de Susan Howe a la autora, para la web PRAC CRIT, en enero de 2017)
Susan Howe: “Quién es este que habla ahora”, se
pregunta un poema de
Deprisa, pero con una curiosa monotonía, no muy
humana: una afirmación donde cabría esperar un signo de interrogación. En otros
poemas habitan las voces —¿podríamos decir las conciencias?— de entidades no
humanas, desde un bot de conversación hasta el fondo marino profundo. En 'Criónica',
el 'yo' relata su
“salto desde un tipo de ser, un tipo de ser / inmaterial a
otro. Una posible subjetividad extraña”, como si siguiera hablando desde un
espacio más allá de la vida humana. ¿Cómo llegaste a la voz del poema, a su
tejido de voces?
Jorie Graham: Bueno, en primer lugar, a lo largo de
sus cinco años, Deprisa fue un libro emocionante pero increíblemente
difícil de escribir, un libro que parecía terminar muchas veces. No dejaba de
pensar que no podía seguir con él. Hubo largos tramos de silencio entre los
poemas. Así que mientras trabajaba en él sentía que me venía abajo, y volvía a
pensar que lo tenía que desechar todo. Pero cuando el libro al fin comenzó a
ensamblarse, no fue como cualquier experiencia anterior. Fue como un fantasma que
emergía. De repente se fusionó y se irguió ante mí. Y 'Criónica' fue el último
poema escrito para este libro, así que reunía todas las otras voces que el poemario
había intentado sondear e incorporar a su paso. Esto no era algo que me propusiera conscientemente, en un principio (además el libro explora muchos otros aspectos
de la vida), pero sí, a lo largo de estos años me vi cada vez más obligada
—invitada, forzada, éticamente tentada— a tratar de encontrar un camino hacia
las voces que podrían llamarse "no humanas", como indicas… o voces
que intentaron acercarse, aproximarse, a tal estado. No quiero limitar la
experiencia del libro a este único aspecto, pero sí, incluye este
intento, esta práctica. Yo no podía huir de ese imperativo. Seguía reafirmándose
a sí mismo.
SH: ¿Qué fue lo que te llevó hasta ese punto?
JG: Muchas cosas. Mi experiencia con algunos aspectos de la
inteligencia artificial. Mi cada vez más desesperada conciencia de mí misma
como miembro de una especie —una especie profundamente responsable de la
extinción de otras especies. La extinción —cómo afrontar eso. Mi enfermedad y
la sensación de un yo artificial construido poco a poco por mis ángeles de la
guarda, a menudo no humanos. El cuerpo de mi padre pasando de vivir a no vivir...
Mi sensación cada vez más enrarecida de mi "individualidad singular",
a medida que me sucedían cosas profundamente singulares —mis diagnósticos y
tratamientos, la muerte de mi padre, la enfermedad de mi madre, a su vez
sobrepasados por enfermedades de dimensión mucho mayor: cultural, animal,
planetaria. Son hechos inconmensurables, no pueden ser pensados a la vez. Y sin
embargo, debe hacerse así. Para que todas las emociones humanas 'normales'
estén desconcertadas. ¿Qué es la culpa personal? ¿Qué es el luto, en estas
condiciones? ¿Cómo de peligroso es el deseo? ¿Tiene una siquiera derecho a (o
espacio para) la felicidad, el amor, la ensoñación que hace sentir la maravilla de estar viva? Este colibrí de repente ahora flotando sobre mi flor —asombroso—, que interrumpe mi lectura de los nuevos informes sobre el genocidio
en Siria, ¿puedo dejar que entre en mi corazón, o no? Y además, por
supuesto, también está en peligro. Nos sobrepasa a todos, es físicamente
doloroso. Todo se convierte en un conjunto vertiginoso de causas y consecuencias
superpuestas, hasta que no hay un lugar desde el cual entender, organizar
prioridades emocionales, espirituales, incluso políticas. Una está dentro de un
punto ciego. La trama argumental explota. El sentido del tiempo explota. La
pregunta de Tolstoi, ¿Qué vamos a hacer?, explota: se vuelve
insustancial al mismo tiempo que paraliza a uno con su urgencia.
SH: Dada esa parálisis moral, ¿cómo puede actuar uno?
JG: Es una pregunta difícil. Porque también es una parálisis
emocional. Pero, más que nunca, la confrontación con la poesía, el encuentro con
un tema —el acto de la poesía—, me llevan a la cuestión de cómo he vivido mi
vida. A una crisis de rendición de cuentas... Así que ahora, cada vez más, se
trata de usar la poesía para tratar de encontrar una manera de mantener las
proporciones correctas, de no sentirse superados por el dolor, el horror, el
miedo, la vergüenza, la rabia; para usar este precioso medio, confío en no perder la orientación y encontrar al menos un modo de hacer las preguntas correctas, un modo de
mantener “la realidad y la justicia en un solo pensamiento", como
Yeats me advirtió que hiciera cuando era una joven poeta. Y no perder la
capacidad de experimentar la belleza (...).
Nuestros enemigos son despreciablemente pequeños, pero sus
acciones ahora son capaces de destruir la Tierra, no sólo la civilización. Así
que, como todo poeta que escribe hoy, lo que les pido a mis herramientas
poéticas es ahora más urgente que nunca, lo que pido a la página en blanco. No
sólo urgente, sino desconcertante. Nunca he escrito tan despacio: cada poema un
intento tanto de comprender como de volver a entrar en la corriente de la
existencia con algo de comprensión de lo que será suficiente, lo que me permitirá
continuar como si hubiera un propósito, y tratar de entender para qué sirve la
poesía en estas condiciones. Cada poeta decidirá esto por sí mismo en esta
renovada emergencia; y estoy de acuerdo con aquellos poetas -y los entiendo- que
sienten que el medio debe ser convertido en activismo. Pero entonces escucho,
siempre, demasiado fácilmente llegamos a creer que la belleza no salva...
Me siento más bendecida que nunca por tener este medio. Tengo mucho que
aprender sobre la vida, y sobre mi arte...
SH: ¿Qué puede hacer la poesía?
JG: Bueno, por ejemplo, puede representar y, al hacerlo,
cuestionar, la relación de la emoción individual para acumular la emoción. La
voz poética (voz humana personal) y la voz meditativa (interioridad,
subjetividad) se enfrentan a la 'voz' de lo más-que-humano, de la otredad no humana. Lo no-humano nos habla de muchas formas. El cambio climático es sólo
una de las formas en que nos está 'hablando'. Ciertas tecnologías
'oscuras', es otra. Las extinciones masivas de animales y los movimientos
masivos de refugiados. Las adicciones a nivel global, al porno, los opiáceos, el
snuff, ISIS. Todas estas son fuerzas que se mueven hacia nosotros, a
través de nosotros, tratando de hablar.
SH: ¿Puedes hablarme más sobre esas fuerzas?
JG: Este es un gran esfuerzo y siento que acabo de empezar a
entrar en su terreno, imaginativamente, de manera que no quiero formulármelo
con demasiada claridad, en esta coyuntura. No soy la única, ni la mejor lectora
de mi propia obra, y mucho menos de mi nueva obra, y no quiero simplificarla en
exceso. Pero hay tantas epidemias humanas ocasionadas por la confusión moral,
el pánico, la sensación de que la aguja de la brújula ha desaparecido, que los
demasiado numerosos humanos de este planeta experimentan mientras intuyen tanto
la escasez extrema como la aceleración incontrolable hacia una especie de “fin
de los tiempos". No estoy utilizando este término en su contexto
religioso, aunque "el éxtasis" y todas las demás narrativas del fin
de los tiempos (incluyendo, según los escépticos, escenarios nucleares o de
cambio climático y 'la Singularidad') son de hecho modos con los que
algunos intentan establecer una conversación con lo no-humano, lo atemporal. La
pregunta verdaderamente urgente, en mi opinión, se refiere a cuán individuales somos, o seguimos siendo, o debemos seguir siendo, en relación con
nuestro problema comunitario: nuestra creación comunitaria de esta pesadilla.
No hay donde escapar de ella. Estamos interrelacionados, de maneras mucho menos
bellas o espiritualmente avanzadas de lo que habíamos imaginado. Esta pregunta apuntala
cualquier otra pregunta. Ecológica, económica, tecnológicamente.
SH: Me has hablado antes sobre ese concepto de 'la Singularidad',
o 'singularidad tecnológica', con el que no me había topado pese a mis
frecuentes acercamientos a la ciencia ficción. Debatido entre académicos y
futuristas, teoriza cómo la llegada de una superinteligencia artificial podría
provocar un crecimiento tecnológico desbocado, cambiando la sociedad humana hasta
lo irreconocible. ¿Hasta qué punto esa visión (utópica o distópica, dependiendo
del punto de vista) conforma Deprisa?
JG: No es algo en lo que piense mucho, salvo en la medida en que —a
diferencia de aquellos que celebran su incipiente llegada— me obsesiona la
sensación de que no teníamos que continuar por este camino, que no lo elegimos, que
las fuerzas dentro de nosotros y sin nosotros habrían podido ser analizadas,
dirigidas a otro lugar y de manera diferente. Que esta es la locura de un
enjambre, de sobrepoblación y de herramientas entregadas a unos pocos, que les
permiten destruir lo que queda de la vida humana, mientras permiten y se
benefician de la destrucción de la tierra y sus criaturas.
SH: ¿Puedes hablarnos un poco más de ese “camino” que hemos
elegido los humanos, tal como lo entiendes?
JG: Quiero decir que no siento que este sea nuestro destino
inevitable. Dicho progreso es una ficción y una adicción como muchas otras
adicciones. Pero la droga se distribuyó tan bellamente. ¿Cuál fue el primer
traficante? ¿La Ilustración? ¿Qué tecnología, qué invención, 'descubrimiento' o
'exploración'? ¿Qué moneda? ¿La agricultura, la computación? ¿La imaginación
del futuro que estableció la agricultura se despierta inevitablemente y se pone
en marcha? ¿Dónde situar el momento de nuestro giro irrevocable? Es una serie excesiva
de preguntas, por supuesto: todo está interrelacionado y en cada caso la mayor
parte de las evoluciones parecían 'inevitables'. Las descripciones del advenimiento de
la agricultura parecen gritar: "deteneos ahora", pero cada desarrollo
tecnológico abarca las suficientes generaciones como para establecer su sistema
de creencias, de modo que el recuerdo de un camino anterior, o alternativo, se
borra. El tiempo de dos vidas, y la memoria se borra. Lo nuevo es la nueva
normalidad. El alma se reinicia. El cuerpo evoluciona. Cabe preguntarse —si uno
no está absolutamente convencido de que las nuevas tecnologías predicen un brillante progreso— cómo hemos podido perder tan ciegamente el control, en
relación con nosotros mismos y nuestros compañeros animales, desde los recursos
hasta la población. Porque también, en el proceso, hemos hecho que nuestra propia
especie empiece a desquiciarse.
SH: Cuéntame: ¿qué relación tiene ‘Criónica’ —un poema que
comienza con el intento fallido de “escuchar a la naturaleza”— con todo esto?
¿Cómo surgió el poema?
JG: Bueno, cuando escribo estoy inmersa en estas corrientes,
escribiendo tal vez desde ellas, pero no pensando en ellas. De ningún modo.
Permíteme decirlo así: antes de que existiera, sabía que faltaba un poema para terminar
para el libro. No era más que un sentimiento, en verdad. Al haberlo sentido con
casi todos mis libros, a lo largo de los años, lo reconozco. Es una orden
tácita de mantener la vista lejos del libro, tratando de mantenerte en un punto
ciego.
SH: ¿Puedes decir más sobre ese proceso, esa necesidad de no
saberlo?
JG: Tú no quieres escribir un poema 'para el libro'. No quieres algo que 'encaje'. No es una estrategia de cierre. Es solo... que hay algo que
aún no ha sucedido, o hay algo que aún no he experimentado. Ceguera y
capacidad negativa. Así que por definición, en términos de volumen de 'voz' y
agenciamiento, es un ‘yo’ muy reducido el que está tratando de encontrar el
poema. Intento desaparecer del acto de sondear en su busca. Es lo opuesto a, digamos, un poema como 'Leyendo para mi padre' o cualquiera de
las elegías del libro. Comienza en un sentimiento que no tiene causa aparente
ni tema. O la causa es solo una inquietud. Una incipiencia. Como esperar a que
venga alguien, sin haber invitado a nadie ni presuponer su llegada. Es mejor que
ni siquiera estés ahí. Pero estás. Y se acerca el fin. El fin de algo que viviste.
El fin de una vida. El fin del mundo tal como lo conoces. El fin de lo que
creías que era cierto, de lo que creías que se 'mantendría' o seguiría siendo
cierto. Ojalá tuviéramos una palabra para esta cualidad de tocar el fin. No es
un estado evidente, y sin embargo no puede ser más evidente. Uno siente la necesidad
urgente de salirse totalmente del cuadro. Así que es una situación interesante
a partir de la cual escribir un poema. Y en un libro donde, como bien describes,
la búsqueda de puntos de vista desde los que hablar (o registrar) incluye todas las posiciones 'no humanas' a las que logré acceder, es un buen lugar desde
el cual sentirse obligado a escribir. Una vez que lo comencé, el poema se desplazó
de inmediato hacia incursiones incómodas: este deseo de seguir siendo sin tener
que ser. Vivir como un perceptor sin capacidad de actuar, sin responsabilidad.
El deseo de saltarse la historia, sea la actual o la inminente. Éticamente,
golpeó uno de los límites externos del libro. Me quedé bastante asombrada cuando
apareció Juliana de Norwich...
SH: Me alegro de que menciones a Juliana: su presencia es otra de
las voces fantasmales que ‘Criónica’ incorpora, aunque se distingue en el texto por su
ortografía arcaica. Juliana fue una anacoreta y mística del siglo XIV. Las
visiones que registró en sus Revelaciones del Amor Divino le llegaron en un período de enfermedad grave (no puedo evitar pensar en tu reciente
enfermedad), cuando vio el cuerpo roto y sangrante de Cristo aparecer al pie de
su lecho de enferma: “secóse de afliçión i ausenzia de sangre desde’l
ynterior→ por el viento i el frío desde’l exterior→ unydos en el dulce cuerpo→
trémulo→ de Christo → de→”.¿Qué ocurrió con las palabras de Juliana para que
este poema la convocara?
JG: Realmente no puedo decirlo. O no quiero trivializar la magia del
suceso. De repente escuché su voz en mi cabeza y supe que había entrado en
escena. La relación de la materialidad mortal con la inmaterialidad, en su
experiencia de qué es la vida 'vivida', qué es la vida 'eterna' y qué es la vida
'posterior'… bien, eso podría tener sentido. Pero como dije, apareció como una
extraña, y entró. ¿No te pasa eso en los poemas?
SH: ¡Desde luego! Todo el tiempo, de hecho. Deprisa es un
libro muy preocupado por la muerte, o más bien por el acto de morir, una
distinción que Wittgenstein señaló cuando dijo que 'la muerte no es un
acontecimiento en la vida', sino que siempre está más allá de sus bordes: "Nuestra
vida no tiene fin, de igual la forma que nuestro campo visual no tiene
límites". Parte del trabajo de este libro, me parece, es el intento de
proyectarte en ese momento imposible de experiencia. Si no es demasiado
doloroso, ¿podrías decir algo sobre los acontecimientos —la muerte de tu padre,
la enfermedad de tu madre, tu propio diagnóstico de cáncer— que te llevaron a
escribir este libro?
JG: Como aprendí observando a mi padre, tan de cerca, la muerte
tiene etapas casi infinitas. Por así decirlo, traté de ser tan consciente como sin duda lo era su
perro de todas las gradaciones del aferramiento a la vida, y luego toda la confusión, a veces con sobresaltos, a veces
deslizándose hacia el abandono. Fue impactante. Podría mirar a papá y al Antropoceno
como si fueran el mismo mapa de destrozos y negaciones y disoluciones y
codicias. Eso afectó la experiencia de escribir el libro, aunque también mucho
de lo que sucedió a nivel cultural, político. Las revelaciones de Snowden. El
movimiento del reloj del Juicio Final. El increíble estrechamiento de la
"ventana" del cambio climático. El sobrepaso de 350 partes por millón
de CO2. Las imágenes que el ISIS me obligó a soportar. La crisis de los
refugiados en la UE, en Lampedusa, Sicilia, en la primera línea del desastre de
los refugiados. Sentí que estaba obligada a ver al aviador jordano quemarse
vivo en su jaula del ISIS. No podía soportarlo, pero pensé: quién soy yo para
no ser testigo de su sufrimiento. Los bebés sacados del Mediterráneo, amigos en
Francia llenos de rabia y predispuestos para Le Pen, predispuestos a odiar a todo el
mundo... Este es el mundo del que surgen los poemas. Los poemas no son 'sobre'
esto o aquello, salvo muy de cuando en cuando.
SH: La muerte parece planear sobre el libro de muchas formas, en
muchas escalas…
JG: Sí, la muerte, y la muerte del ser humano —la deseada
"muerte del ser humano dentro de nosotros"— y tal vez 'la muerte del
individuo' en nosotros… ¿o es 'el rechazo a ser individuo'? (un tema largo...).
Junto con la gregaria sensación de anonimato, y el deseo de anonimatos cada vez
más accesibles a los humanos mediante la tecnología (una ilusión fascinante
porque, por supuesto, estamos siendo totalmente 'leídos' sin que nos lean de
verdad ). ¿Cómo de encriptados podemos estar? Miro a esa palabra y me quedo asombrada: queremos ser enterrados. Una faceta de esa
pulsión de muerte del individuo (también pornográfica) se evidencia, por ejemplo,
en el reclutamiento de ISIS. La destrucción de Palmira, las decapitaciones, la desintegración
del niño en el niño soldado (como evidencia el comercio mundial de porno
infantil, así como el cada vez más frecuente porno para niños), todo ello
promulga un deseo de matar al ser humano que hay dentro de uno. Sentirse
conectado con el pasado, por ejemplo, es una gran manera de sentirse 'humano'.
Por lo tanto, ser "post-histórico" y ser "post-humano" y
"post-natural" están interconectados. El odio y la destrucción de la
infancia o la inocencia es un tema esencial. Para aquellos que ven un mundo ciborg
por delante, acabar con el asombro es tan importante como acabar con la
empatía. El ser humano es difícil de erradicar, pero debo asumir que es posible hacerlo.
SH: Has mencionado sentirse conectado al pasado, o a la memoria,
como posible antídoto.
JG: Bueno, al tratar de entender una rabia como la que vimos en los
ataques contra Palmira, intenté reflexionar sobre esto... La sensación del
pasado profundo es muy diferente de la sensación del pasado personal. Se
remonta a la lucha entre el ser individual y el comunitario. La memoria
comunitaria es una fuerza poderosa —con poder ético— que nos liga a nuestra
humanidad. Era obvio que sería una de las primeras cosas sometidas a ataque.
También es uno de los manantiales de la poesía, y nuestro largo alcance dentro
de ella para mantenerlo despierto es una de nuestras principales tareas. Pero esto casi me sobrepasa. Espero
que el libro lo toque, sea lo suficientemente complejo al respecto. Miro muchas
de estas actividades —desde la geopolítica hasta la política que afecta a la misma
propiedad del propio cuerpo— como posibles actos de preparación para un futuro
en el que ser "humano" (emocionalmente) será un lastre. Una
pre-robotización de uno mismo. Hay importantes estudios neurológicos sobre lo
que la virtualización del mundo está haciendo a nuestras mentes. La empatía,
que se ve reducida o eliminada, es la mayor víctima en el caso de los niños.
SH: ¿Sientes que es una época difícil para escribir?
JG: A menudo les digo a los jóvenes poetas que "no, esto es un
privilegio, tenemos un trabajo muy importante que hacer". Estamos en un momento
histórico donde una nueva tecnología pasa página por nosotros. Hay numerosos
momentos de este tipo en la historia, pero no muchas generaciones llegan a
vivir y escribir en el 'paso' real, en el músculo del mismo, como en la
invención de la pólvora o la imprenta, o el descubrimiento de la penicilina, o la
fisión y la caída de la bomba... Ahora he estado escribiendo a través de otras
formas de tiempo. Y, como has mencionado, junto a estos cambios tecnológicos y
culturales y ecológicos (que ya he tenido en cuenta en mi obra durante algún
tiempo) he experimentado a nivel personal, como todo el mundo en algún
momento, un encuentro cara a cara con la desaparición: en mi diagnóstico, en la
pérdida de mi padre y el de muchos amigos cercanos. Así que sí, eso también. A
grandes rasgos lo que uno siente en la proximidad de la muerte, o lo que sentí
al observar a mi padre, es la negación y la avidez. Cuando consigues llegar al
recuerdo, la empatía… bien, has alcanzado el objetivo, porque has llegado al demasiado tarde.
SH: “Las malas noticias se evidenciaron demasiado tarde”,
escuchamos al inicio de ‘Criónica’. ¿Puedes hablarme de esa noción, el
“demasiado tarde”? Aparece mucho en Deprisa.
JG: Sí. He explorado a tientas esa sensación en el libro, el
demasiado tarde... Nuestro tiempo. Para aprender los sentimientos asociados a
este 'demasiado tarde'. Cada vida proporciona estas enseñanzas. No son abstractas.
No se pueden conseguir estudiando, o mediante la teoría. Las aprendes
entrecerrando los ojos, ante todas esas gradaciones que descubres, el asombroso
abismo absoluto entre ser y no ser —la extinción— pero también cuán largo es el
acercamiento a ese abismo; y después, en el momento en que intuyes que está
allí, cuando empiezas a sentir su atracción, cuán lentos, largos, nostálgicos, hipnóticos
son el desprendimiento y la caída. Es una caída larga y lenta, con sus negaciones,
sus horrores y misterios, la nuestra. Descendemos hacia la oscuridad con las
alas extendidas. Como seres amados y que aman. En la memoria. En el desastre
corporal. Como especie. Como testigos —si queremos serlo— de nuestra aniquilación
de otras especies. Por supuesto, este testimonio es agotador. Y perdemos
demasiado tiempo queriendo saber si lo que sabemos es verdad.
SH: ¿Cómo afectó esto a la entrada de otras voces en el libro? Las
"subjetividades extrañas"…
JG: Todo el misterio en la presencia de la muerte es la
impresionante desaparición de muchos tipos de subjetividad —nuestro interés en
ellos, nuestra creencia en ellos— y el rostro de piedra del objetivo que de
repente ves emerger de la niebla. Pero uno debe comprender y honrar el cansancio
también. Uno también quiere decir ya basta, dónde está mi día, quiero que
vuelva mi momento de vuelta, mi día lleno de momentos, aquello que construyo
a-base-de-momentos, esa sensación creciente: futuridad, expectativa,
crecimiento… no toda esta disolución. Se trata de encontrar la belleza, y no
es fácil. La maravilla sí, un poco más. Por tanto, es cierto, el 'yo' en este
libro también relata su propio “salto de un tipo de ser, un tipo de ser /
inmaterial a otro”. Una se descubre a sí misma, de hecho, como 'una posible
subjetividad extraña'; ansía seguir hablando desde un espacio más allá de
la vida humana. Una no puede creer que la voz, la mente, el alma, serán
aniquiladas. El cuerpo… bueno, al igual que nuestra tierra, lo vamos
abandonando casi sin pensar, mientras podamos seguir pensando abandonaremos cualquier
cosa material, abandonaremos todo para mantener viva esa cosa que llamamos
mente, o conciencia. Nos adentramos voluntariamente en nuestros estados
virtuales o ciborg, más por avidez que por curiosidad: sólo por no dejar de ser. O eso creo. Pero después la cultura misma siente el deseo de la no-realidad, incluso de su propia no-realidad
espectacular. Como si así pudiera escapar de la mortalidad. Con tal de seguir
siendo parte del espectáculo, sacará el pie del estribo por voluntad propia. Tampoco
yo me excluyo de esto.
SH: ¿Cuál es el lugar de la poesía en todo esto?
JG: Bueno,
la poesía, con su margen, es una representación reiterada de ese borde del abismo —y del desprendimiento, o no, de ese borde al ser pisado. Es uno de
los medios más antiguos y misteriosos de cualquier civilización para dar forma
a la tensión misma entre ruptura y continuidad. Por ello, uno debe calcular en
cada verso su cercanía al 'borde', al mismo tiempo que debe evocar y
experimentar la caída, o tal vez saltar hacia aquello que esté más allá de ese
borde. En ese sentido, cada sucesión de versos inventa o modela tanto la muerte
como la resurrección. Son ensayos y supervivencias.