lunes, 9 de noviembre de 2009

experimento de milgram




En julio de 1961, unos meses después de la condena a muerte de Adolf Eichmann por crímenes contra la humanidad durante el régimen nazi, el psicólogo Stanley Milgram comenzó una serie de experimentos que hoy serían tachados de inmorales por la comunidad científica, pero que arrojan luz sobre ciertos aspectos del comportamiento humano.


A través de un anuncio en la prensa local, Milgram ofreció una paga de 4 dólares (aproximadamente 28 dólares actuales), más gastos de viaje, a 500 varones que cumplieran el único requisito de tener una edad comprendida entre 20 y 50 años, para participar en un experimento sobre “la memoria y el aprendizaje”. El grupo de voluntarios también era heterogéneo en cuanto a formación y estatus social: desde jóvenes que no habían superado la escuela primaria hasta personas con estudios universitarios superiores.



Tras un reparto de papeles –amañado para que todos los voluntarios tuvieran el mismo rol: el de maestro– el experimentador, un hombre serio y distante vestido con una bata blanca, científico de la Universidad de Yale, explica a cada uno de los participantes su función. Hará una serie de preguntas de carácter memorístico a otro voluntario que se encuentra en otra habitación, tras una pared de vidrio, atado a una silla “para impedir un movimiento excesivo” y con una serie de electrodos en su cuerpo. Pulsando unos interruptores, el “maestro” deberá aplicar descargas eléctricas al “alumno” cada vez que falle una pregunta.




El experimento comienza dando al "maestro" una descarga real de 45 voltios con el fin de que fuera consciente del nivel de dolor que recibirá su "alumno" al ser castigado.


El participante deberá aumentar el voltaje y aplicar una descarga cada vez que el hombre de la habitación falle una respuesta. La fuerza de las descargas aumentaría desde 15 a 450 voltios, voltaje éste último sobradamente capaz de matar a una persona adulta y sana. El experimento comienza y el “alumno” da con frecuencia respuestas erróneas.


30 voltios. El sujeto escucha un quejido, imaginémoslo semejante al de quien recibe un fuerte pellizco en la cara interna del brazo.



120 voltios. El “alumno” grita y comienza a quejarse de que las descargas son muy dolorosas.


150 voltios. El voluntario escucha cómo el hombre aúlla de dolor, exclama que no puede soportarlo y que quiere parar el experimento.


(A partir de este momento, el sujeto que aplica las descargas se pone nervioso, le dice al experimentador que no quiere continuar, trata de cuestionar el sentido del experimento. El hombre de la bata blanca responde impasiblemente “Continúe, por favor” o “El experimento requiere que usted continúe”.)





200 voltios. El hombre golpea la pared de vidrio, grita que está enfermo del corazón, que tienen que dejarle ir.


(El voluntario presenta síntomas de ansiedad: sudoración, temblores. Se levanta de su puesto. De nuevo le dice al hombre de la bata blanca que renuncia, que no va a continuar. Que devolverá el dinero. Éste le responde “Es absolutamente esencial que usted continúe” o, con un tono más tajante, “Usted no tiene opción alguna. Debe continuar”.)


270 voltios. El sujeto escucha un terrible grito de agonía.


330 voltios. No se escucha nada, ni tras las preguntas, ni tras las descargas.


El experimento concluye cuando se emiten tres descargas de 450 voltios o el voluntario se niega a continuar después de la cuarta frase autoritaria del experimentador. En ese momento se le informa al sujeto de que el “alumno” es en realidad un actor, y que el objeto de la investigación no es la memoria y el aprendizaje, sino la obediencia a la autoridad.



El doctor Milgram pidió a cuarenta expertos que predijeran los resultados del experimento. Estimaron unánimemente que la mayoría de los participantes no pasaría de 130 voltios y que sólo uno entre mil –el sádico– llegaría hasta el final. Pero la realidad fue muy distinta.


El 65% de los sujetos llegó a aplicar descargas de 450 voltios. De los que superaron el umbral mortífero de los 300 voltios, ninguno se detuvo hasta el final. El experimento se repitió en años sucesivos con diferentes variaciones –con sujetos femeninos, en otros continentes…–, ofreciendo resultados iguales o superiores en el nivel de obediencia.


Se le preguntó a Stanley Milgram cuántos de los participantes que rechazaron continuar acudieron a ayudar al hombre al que supuestamente estaban torturando, sin antes pedir permiso al hombre de la bata blanca, al investigador.


La respuesta: “Ninguno. Ni uno”.


20 comentarios:

  1. tremendo: esto es el hombre. El experimento Milgram demuestra cientificamente algo que yo (y perdón por la autocita y esas mierdas egotistas) he intentado desde la lógica poética en mi último libro. La diferencia entre víctima y verdugo es inexistente, todos podemos ser crueles monstruos, a veces por algo tan simple como el mecanismo de obediencia. Siempre pienso en La muerte y la doncella de Polansky y cómo mete el dedo en la llaga de esta cuestión.

    De hecho hace un tiempo en mi blog hubo una discusión (a propósito de la supuesta filiación nazi de Cirlot) sobre de qué lado habríamos estado cada uno en un contexto parecido, la razón y la voluntad actual nos pondría del lado de las víctimas y los rebeldes, pero yo no me atreví a darlo por seguro. Y eso que me considero todo lo contrario que un fascista, sin embargo conozco al hombre, y Milgram da alguna pista.

    Es cojonudo leer estas cosas en tu blog.

    un abrazo.

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  2. El experimento es un clásico que muestra cierta tendencia, pero no me parece absoluto, rotundo: un 35 % no llegó hasta el final, paró antes de que las descargas se hicieron intolerables. Un 35 % desobedeció, Prefiero quedarme con ese dato. Es una tercera parte de la sociedad y eso basta para hacer una revolución o para cambiar el mundo, si pudiéramos unirnos y dar los pasos necesarios.

    Sé que el ser humano, especialmente si queda subsumido en una masa impulsada por el pánico, se vuelve peligroso, pero de individuo en individuo, mónada a mónada, hay esperanza. Y hay comportamientos y actitudes que se pueden inocular. La educación tiene mucho que decir.

    Entiendo que Raúl se sonría ante mi seguridad al afirmar que yo no habría sido nazi de encontrarme en la Alemania de los años treinta. Estoy completamente seguro de ello por una razón: porque hay personas que nunca agachan la cabeza para entrar en una estructura de poder, sea cual sea. Vosotros sois funcionarios y está bien que así sea. Tenéis un trabajo de por vida y un sueldo digno, mucho tiempo libre, etc. Pero otros tenemos otras ideas políticas, más radicales, si me apuráis. Yo elegí no ser funcionario. Elegí la precariedad. Elegí no pertenecer a un sistema educativo que, si me permitís, considero represivo, invasor e inoculador de micro-fascismos más o menos invisibilizados pero devastadores. Ya sé que hay profesores y profesores: he tenido profesores que me han liberado cuando la inmensa mayoría pretendía esclavizar mi mente y la de todos los demás. Para mí, ser funcionario del estado, en cualquiera de sus ramas, es pertenecer a una maquinaria grotesca que representa todo aquello contra lo que hay que combatir. Combatir, sí: es una palabra de un romanticismo trasnochado, pero a algunos aún nos sirve.

    Perdonad el ejemplo en clave personal pero lo traigo a colación para que no generalicemos alegremente. Algunos no vamos a obedecer nunca y seremos fieles a ciertas ideas, por fantasiosas o irrealizables que parezcan. Y pagamos un precio por ello, creedme, en calidad de vida, con sueldos precarios y trabajando a destajo.

    Conozco muchos casos así. Gente que ha dicho No. Sencillamente: No gracias, preferiría no hacerlo.

    Disculpad el tono apasionado, que no beligerante. Estoy aludiendo más a aquella entrada de Raúl en la que se discutía este asunto.

    Abrazos

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  3. todos sabemos que tú hubieras llegado al final sin ni siquiera el permiso del autor

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  4. Se explica así, ningún "maestro" se siente responsable del dolor del alumno, él sólo obedece una orden, a un superior. La responsabilidad de la tortura pasa a ser de otros "no soy yo, yo nunca lo haría", la conciencia se aparta del yo hacia el tú como lazo explicativo. Se justifica el dolor como necesario para un fin. Ayuidar hubiera sido afirmar el daño hecho no sublevarlo ¿Por qué nadie rechazó hacer el experimento directamente? Eso hubiera sido lo lógico ¿no?

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  5. Me parece genial este tipo de posts Rubén aunque haya quien pueda verlos (o tal vez no, pero me da igual si es así) como moralizantes. Está claro que la materia de que estamos hechos no es tanto la de los sueños como la de las pesadillas. Por cierto hubo otro experimento que se hizo en la universidad de Stanford http://es.wikipedia.org/wiki/Experimento_de_la_c%C3%A1rcel_de_Stanford en los 70 que también acabó como el rosario de la aurora (hay al respecto una peli alemana más bien mala: Das experiment), con resultados aún más descorazonadores porque los sujetos (perfectamente normales e incluso considerados como buenas personas por amigos y conocidos) interactuaban físicamente sin consolas ni ilusión de "instrumentalidad" de por medio (puños, patadas, humillaciones sexuales, entre otras lindezas). Estos ensayos han sido muy criticados éticamente y por sus variables metodológicas, pero no hay más que echar un vistazo a la Historia (por ejemplo el "experimento" nazi) para darse cuenta que no se alejan demasiado de la realidad.
    Personalmente creo que el documento que mejor refleja la degradación social del hombre en ausencia de referencia moral no es un estudio psicológico de campo sino una novela: El señor de las moscas de William Golding. Desgraciadamente la realidad está diseñada para que cuando apriete el invierno hasta el lobo sea un hombre para el lobo, pero el ser humano es capaz (también se ha demostrado) de cambiar la inercia biológica de macaco con hacha y ambición sin límites por la incomprensible conciencia (que es la capacidad de ver y contar el horror). Me parece que se pueden atar en corto a los perros que temían los antiguos vikingos: el miedo y la oscuridad, aunque al final siempre estén ahí dentro, salivando. Aún así el hombre propone y el carácter dispone. Nadie sabe como va a reaccionar en una situación extrema y quien lo crea así se engaña.

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  6. De una manera dolorosa y terrorífica comprendo a estos hombres que obedecieron, siento compasión y esa compasión no es un sentimiento de superioridad sino de igualdad.

    Stalker, la cuestión que planteas es complicada. Los microfascismos están en la educación -primaria, secundaria y por supuesto, supongo que no lo has olvidado, universitaria- pero también lo están en la familia, los medios de comunicación y en todas -o casi todas- las relaciones laborales, en definitiva la esclavización mental forma parte de la base de nuestra sociedad, la ideologiá se transmite no sólo en la educación -que es desde luego un medio de trasmitir ideología fundamental- sino en todo, así que creo que es muy difícil no participar. Por supuesto hay niveles de personas que forman más o menos parte en esa ideologización, no es lo mismo ser el director de un periódico que el redactor de las recetas de cocina que vengan en contraportada, pero me parece difícil mantenerse ajeno a esa dominación, no participar en ella. Es como ser vegetariano porque no quieres que maten a animales (pongo esté ejemplo porque lo vivo de manera muy cercana). Tú puedes no comer carne pero es muy posible que las medicinas que tomes cuando estás enfermo los doctores que las idearon experimentaron con animales para que a ti se te alivie la congestión nasal. Acepto que no hay pureza, que aunque puedo intentar mantenerme al margen tampoco estoy completamente separada de lo que los otros hacen, yo también formo parte de esa dominación porque esa dominación es la sociedad.

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  7. pongo el enlace de aquella discusión por si alguno tiene curiosidad, lo que puedo decir del tema ya lo dije allí

    http://raulquinto.blogspot.com/2009/07/un-poema-de-juan-eduardo-cirlot.html

    evidentemente no voy a entrar al trapo de las "acusaciones" de stalker por mi trabajo como profesor para el estado, perdón, para el Estado. Una amiga jipi de la universidad ya me perguntó una vez cómo me había sentado venderme al sistema (yo pensé unos segundos y después reí)... cuando tenía 15 años gritaba viva la anarquía convencido y con las venas inflamadas, ahora no se me ocurre gritar nada por miedo a mentir o a que se me vean las costuras de la incoherencia.

    un abrazo desclasado XD

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  8. No te acuso de nada, Raúl. Aludo tan sólo a que cada cual tiene una escala de valores, una escala no es mejor que otra. Son distintas, simplemente. Como comprenderás, nada me legitima a desacreditar a los funcionarios, entre los que tengo a la mayor parte de mis amigos, por otro lado.

    Haces una lectura sesgada de lo que digo, pero ya estoy bastante acostumbrado. La perdiz salta por otro lado, hombre, no va por ahí.

    abrazos

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  9. Os dejo solos unos días y mirad la que liáis... ;)

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  10. Raúl,

    sabía que esta cuestión te iba a interesar, por lo que hemos hablado en muchas conversaciones y por lo que he leído en "La flor de la tortura", por supuesto. Tu libro también mete el dedo en la llaga en estas cuestiones, aunque desde el placer estético del horror.

    Es difícil saber "de qué lado de la alambrada" está uno cuando te ponen en una situación límite, hay muchos factores. En este caso lo que me turba es el acto de ejercer una autoridad con una simple bata blanca, y cuatro simples frases de intensidad creciente, pero sin más coacciones. Ninguna coacción física.

    Pensé poner al final algún fragmento de "La muerte y la doncella", pero no quería recargar más la entrada...

    un abrazo

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  11. Stalker,

    me gusta tu optimismo riguroso al detener tu atención en ese 35% que dijo "no", hay que valorar ese porcentaje de insumisos como un peso específico, aunque no deja de asombrar la cantidad de gente que siguió hasta el final.

    Por desgracia comparto en gran medida tu visión del sistema educativo como inoculador de microfascismos. La labor del profesor entra en esa inoculación lo quiera o no, por acción o por omisión: la incapacidad de un docente para impedir el acoso entre alumnos, por ejemplo, o para hacer que éstos se cuestionen las ideas que heredan de la maquinaria familiar o mediática. La maquinaria educativa no es más que un pequeño engranaje que cada vez importa menos. Pero aún así la responsabilidad es tan grande, y la culpabilidad tanta, que no es de extrañar que haya tantísimo índice de bajas en un trabajo de tan pocas horas y con tantas ventajas, al margen de cuestiones más llamativas a primera vista.

    un abrazo

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  12. Jorge,

    ya sé que te estimula imaginarme metiendo descargas eléctricas a hombres indefensos. Suele pasar. Pero de momento mantendremos esa escena como fantasía erótica tuya.

    un abrazo

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  13. Paciente,

    en la cuestión de la responsabilidad metes el dedo en la llaga. Una de las conclusiones del experimento es la "teoría de la cosificación": el sujeto se considera a sí mismo una mera parte de un engranaje que le supera y le exime de la responsabilidad. No soy yo, son ellos, "cumplía órdenes" (lo que dijo Eichmann y otros tantos). ¿Por qué nadie rechazó el experimento? supongo que en eso entra la cuestión del prestigio de la Ciencia, uno tiende a creer que si la Universidad de Yale y un señor con bata muy serio proponen un experimento, debe ser algo bueno, con un fin noble y útil.

    En ese sentido el experimento fue polémico, por la supuesta falta de ética (los sujetos no habían dado su consentimiento al no estar informados de la verdadera naturaleza del ensayo), pero curiosamente también se atacó a Milgram por "querer demostrar" que unos ciudadanos norteamericanos podían comportarse como los nazis que estaban siendo juzgados en Nuremberg. Esta acusación tiene sentido: en realidad fue lo que hizo.

    un abrazo

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  14. Miguel Ángel,

    conozco el tema del experimento de la cárcel de Stanford y no descarto hacer una entrada sobre él en un futuro, es realmente interesante. En ese caso la analogía con "El señor de las moscas", una novela que me fascinó cuando la leí hace cuando era casi un crío (sería oportuno revisitarla, ahora), es idónea: el fracaso de la tentativa de orden democrático, la engendración del fascismo como resultado de ese fracaso y de la impunidad al seguir los instintos.

    Bien que no veas esta entrada como algo moralizante (he intentado describir el experimento y dejar las conclusiones para estos comentarios, aunque el sesgo de la descripción esté ahí), y que te haya gustado.

    un abrazo

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  15. Ana,

    yo tampoco creo en la pureza y además considero que a veces es más honesto y se aprende más hundiéndose en la maquinaria, sabiéndose parte de ella y sintiendo la deformación a la que nos somete. Aunque para ello no haya que llegar a meter picanas a la gente.

    Entiendo tu compasión por los participantes que obedecieron. Una de las cosas que más me llama la atneción de este experimento es que los "torturadores", en la totalidad de los casos, sufrieron una considerable ansiedad. Nada de aplicar las descargas fríamente, como un sádico. Estaban asustados y desgarrados entre lo que hacían y lo que deberían hacer. El hecho de que finalmente hicieran lo que hicieran puede movernos a pensar en ellos con desprecio, pero esa pasividad o aceptación o falta de empatía es un rasgo humano que todos, en un momento u otro, compartimos.

    un abrazo

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  16. Venga chicos…antes de meternos en las procelosas aguas del “Horror, ah! el horror” reconozcamos que la muchachada electrovoltaica se había presentado voluntaria, el supuesto “desconocimiento de la naturaleza del experimento” es tan falso como “el desconocimiento” de la población alemana ante los seis millones de judíos desaparecidos durante la guerra (pensarían que estaban de vacaciones en Marina D’or). Esto es, antes de nada habría que preguntarse por el deseo de ser cobaya que lleva a alguien a predisponerse a petar de muchivoltios a alguien parapetado moralmente tras la máscara del amor al conocimiento. Cualquiera que aceptara voluntariamente esto (sentarse en la silla frente a los botoncitos) estaba ya determinado a obrar así. Esto es como hacer una encuesta a la salida de la discoteca Pachá y de ahí inferir que la naturaleza humana nos lleva a inflarnos de pastillas y destrozarnos los tímpanos (que seguramente si, pero eso es otra historia).

    Pero ninguna compasión por los “torturadores”, su experiencia subjetiva de “la ansiedad y el desgarro” ante la “dificultad de la tarea emprendida” no nos dice nada acerca de su entereza ética sino de a) el componente ansiógeno ante la experiencia pura de un placer “más allá del principio de placer” (la pulsión de muerte) esto es, no regulado por la homeostasis subjetiva: en breve, su “ansiedad” es el revés del goce b) “la banalidad del mal”: es decir, ninguno de ellos fue capaz de mantenerse –como los libertinos de Sade- en la posición del mal ético (Kant), sino que evidenciaban una hipócrita “traición a su propio deseo” -en términos lacanianos c) los remordimientos y el sufrimiento son la moneda de cambio con la que el sujeto dividido paga al superyó su libra de goce: cuanto más sufro, más me exculpo del placer sádico del que disfruto. Es la historia que cuenta Freud: los cosacos debían pagar una multa cada vez que mataba a un inocente, con el tiempo, la multa entraba en sus cálculos y la utilizaban como una excusa más para poder asesinar a quien se la antojara. Y cito el discurso a las SS de H. Himmler: «Vosotros, sin embargo, sabéis casi todos lo que es ver a 100 cadáveres extendidos unos al lados de otros, 500 cuerpos o hasta 1.000 tal vez, inertes, en el suelo. El hecho de resistir a ese espectáculo sin perder su dignidad, con excepción de algunos raros casos de desfallecimiento humano, nos ha endurecido. Esta página gloriosa de nuestra historia jamás fue y jamás podrá ser escrita”

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  17. Jacquesneto,

    se necesitaba este violento revés psicoanalítico para salir del atolladero ético-moral en el que nos habíamos metido.

    Será que soy fácil de convencer, pero cada uno de tus argumentos y analogías me parece ahora mismo demoledor. La ansiedad provocada por la posibilidad de obedecer a la pulsión de muerte, el sesgo fallido del experimento desde su propia concepción, la supresión hipócrita del gozo (la maldad, por tanto) mediante el remordimiento y la ansiedad...

    En el experimento de la cárcel de Stanford sí había visto más claramente el problema de que el mismo ensayo filtra a los participantes. Cualquiera que se preste a participar en algo así tiene una clara pulsión masoquista o sádica (¿y quién no?) contradictoria con la imagen que proyecta a las miradas más complacientes -"pero si era el capitán del equipo de rugby! mira cómo se arrastra por el patio"; "pero si era el empollón de la clase! mira qué bien maneja el látigo"-.

    La cita de Himmler sí que me ha dejado temblando, ahí me veo incpaz de glosar, aunque es una plasmación clara de toda esta lógica de la psicopatía de masas.

    un gran abrazo

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  18. No quiero dejar pasar algo por alto: tu intuición “se aprende más hundiéndose en la maquinaria, sabiéndose parte de ella y sintiendo la deformación a la que nos somete” es absolutamente acertada. Deleuzinamente podríamos decir que si, que no somos más que máquinas conectándose a otra máquina: la maquina estudiante se conecta a la máquina universitaria del experimentador para engendrar una máquina fascista de tortura y placer sádico. Sin embargo, creo que la puntualización lacaniana a Deleuze es acertada: somos máquinas, pero que no funcionan más que cortocircuitándose pq el sujeto está siempre tachado, dividido, descentrado, errado. Es en el fallo entre las máquinas donde comienza la responsabilidad del sujeto –los mismos libertinos de Sade se excusan de toda responsabilidad propia aludiendo a la máquina perfecta y sin fisuras de la naturaleza a la que obedecen para argumentar su comportamiento, análogamente a Eichmann en los juicios de Nüremberg, cuando se presentó a si mismo como “un mero instrumento del imperativo histórico”. Obediencia debida, of course, ante el mandato superyóico “¡Goza!”
    Es en el cortocircuito, el fallo, el accidente de donde surge el goce subjetivo. Es lo que quizás enseñan las novelas de Ballard, llenas siempre de máquinas accidentadas: la maquinaria simbólica está transida, corrompida, deconstruida por el deseo sujeto que en ella se incardina y la hace mal-marchar. Es en el accidente sin-sentido donde nos encontramos con el placer de la pulsión de muerte. Y el placer del torturador es análogo al del chiste (según Bergson, Freud y Lacan): cuando se rompe la marcha de lo simbólico en su perfección aparece lo Real, el ser-de-goce que le da sustento y permanece reprimido y no puede ser reducido al significante (“lo obtuso”, para Barthes). Si Marx habló de la “risa del capitalista” en su capítulo dedicado al “fetichismo de la mercancía” que “surge espontáneamente, mágicamente, ante la obtención de una ganancia (la plus-valía) por la que no ha pagado nada” podemos hablar de una risa del torturador, cuando de la maquina abstracta del cuerpo unificado se obtiene mágicamente la jouissance (el plus-de-jouir) como subproducto de aquello que de la máquina-cuerpo es más que ella misma: lo real del cuerpo fragmentado, devuelto a su ser-de-goce/dolor, estupidizado en un grito sin sentido.
    O la nueva carne, no siendo más que la estética del cuerpo restituido brutalmente a su mutilación subjetiva. O como dijo Lacan (que lo dijo todo, según Derrida): ”amo en ti más que a ti misma. Y por ello te mutilo”.

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  19. "Es en el fallo entre las máquinas donde comienza la responsabilidad del sujeto", "es en el cortocircuito, el fallo, el accidente de donde surge el goce subjetivo".

    Estas frases me las debo tatuar, son lo que intenta decir lo que escribo últimamente, cuando toco algo que me inquieta.

    Lo obtuso de Barthes, la risa de Bataille, la máquina reventada de Ballard... obviamente tienes que escribir más por aquí, o tenemos que hablar más, es la única forma de inspirarme!

    O eso o que te vengas a mi casa a ver una de las tres pelis de más de ocho horas que tengo preparadas...

    Jacquesneto´s coming back...

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